“El planeta salvaje”: La plaga humana

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Que España no tiene tradición en el cine de animación es un hecho innegable. Como nos cuenta María Manzanera en su libro “Cine de animación en España: largometrajes 1945-1985” (1992), en cuarenta años apenas se realizaron (y estrenaron) una decena de películas de este tipo dentro de nuestro país. Mientras que en otros lugares allende los Pirineos se podían encontrar ya a varios directores con destacadas obras, en España decidimos seguir siendo fieles a nuestro histórico espíritu de llegar tarde a los sitios. Afortunadamente, parece que en los últimos años se está empezando a prestar un poco más de atención al género y – lo que es mejor- produciendo algunas obras notables como “Chico y Rita” (Fernando Trueba, Javier Marical, Tono Errando, 2010) o “Arrugas” (Ignacio Ferreras, 2011).

Pero volvamos unas décadas atrás el tiempo. En los años setenta, mientras en esta España nuestra el franquismo daba sus últimos coletazos, en la vecina Francia nacía una de las obras más reconocidas – y a la vez desconocidas- del cine de animación Europeo. Estamos hablando de “El planeta salvaje” (René Laloux, 1973), un largometraje de ciencia ficción que nos conduce al extraño Ygam, un planeta habitado por unos gigantescos seres azules (Draags) que tienen a los seres humanos como mascotas. Sin embargo, la alta capacidad reproductiva de las personas y el constante aumento de su número, se convertirá pronto en una amenaza para el ecosistema de los draags, que deberán adoptar medidas extremas para acabar con la plaga.

Inspirada en la novela “Oms en Série” (Stefan Wul, 1957), “El planeta salvaje” fue el primer largometraje animado que Laloux realizó en colaboración con el escritor y dibujante francés Roland Topor, quien – con anterioridad- ya había participado en la creación de varios cortometrajes como “Les temps morts” (René Laloux, 1964) o “Les escargots” (René Laloux, 1965), obra esta última que recoge todos los elementos que ocho años después se volverían a utilizar en el “El planeta salvaje”. La figura de este reconocido artista surrealista, resulta imprescindible para entender – o no- el carácter confuso e irreal que da forma a esta obra.

No nos quedamos cortos al afirmar que “El planeta salvaje” es una de las películas más raras que nos podemos encontrar. Nos encontramos ante un mundo atípico donde realidad e ilusión se entremezclan y en donde la divisoria entre sueño y pesadilla se diluye no pocas veces, dando lugar a dalinianos escenarios poblados de extravagantes monstruos y formas tan bellas como siniestras. Como en “Les escargots”, Topor da rienda suelta a su imaginario surrealista, quedando la estética y la trama de la película fuertemente marcadas por este peculiar sello artístico.

De todas maneras, a pesar de la extrañeza que el espectador pueda sentir ante el constante desfile de seres y enseres irreales, hay que señalar que “El planeta salvaje” cuenta con una la trama bastante fácil de seguir y de la que se pueden sacar diferentes lecturas. La más clara es aquella que invita a reflexionar sobre el comportamiento que el ser humano tiene respecto al mundo que le rodea y las posibles consecuencias que se pueden derivar de ello. Los draags no son sino un reflejo del hombre actual, dueño y señor de su planeta y eslabón superior de una comunidad animal cuyos miembros se encuentran sometidos a su voluntad y a sus necesidades. El draag es capaz de amar y respetar al resto de especies pero – a su vez- puede mostrarse cruel, ya sea por el placer de ejercer la dominación (algo visible en la escena inicial donde unos jóvenes draags acosan a una diminuta mujer con su retoño) o por simple diversión (peleas de humanos).

El tamaño de los seres humanos en el planeta de Ygam apenas supera el de un insecto en la Tierra, siendo – de esta manera- una presa fácil para todo tipo de depredadores. De aquí surge el segundo punto de vista que ofrece “El planeta salvaje”, en donde nuestra especie se encuentra en un punto de inferioridad frente a una raza superior. En esta situación, es el miedo el que determina el comportamiento de un hombre que se constantemente perseguido y acorralado. Pero a su vez, el ser humano cuenta con su gran capacidad innata de adaptación, de tal manera que, a pesar de la hostilidad del entorno, será capaz de aprender y de superar todos los obstáculos, llegando incluso a dominarlos en su beneficio.

Llegados a esta situación, el choque entre las dos razas – amenazadas mutuamente- es inevitable. Ambas buscarán exterminarse en una lucha por la supervivencia, mas esta no será la solución. “El planeta salvaje”, en una última lección, aboga por la necesidad de encontrar un equilibrio (un entendimiento) entre draags y humanos, ya que en caso contrario ambas se verán abocadas a la extinción. Toda una moraleja que, en el momento de estreno de la película, bien podía hacerse extensible a una sociedad marcada por una Guerra Fría en la que se enfrentaban dos grandes bloques antagónicos (Capitalismo-Comunismo).

En su momento, el Festival de Cannes galardonó “El planeta salvaje” con el Premio especial del Jurado, un reconocimiento bien merecido – e incluso necesario- para una obra tan atípica como fascinante. Es evidente que muchos huirán de ella como de la peste, pero el resto encontrará un trabajo cargado de virtudes y sorpresas, que no porque no se entiendan, deben dejar de sorprender.

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