Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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No creo que sea necesario volver a incidir en la enorme importancia que las novelas juveniles están teniendo en el cine de estos últimos años. Desde el surgimiento de Harry Potter hace ya más de una década, todas las productoras luchan por hacerse con los derechos de los libros más populares en pos de crear sagas interminables destinadas a la acumulación descarada de beneficios (véase, como ejemplo, el esperpento que están haciendo con “El Hobbit”). Ni que decir tiene que, de forma general, estas adaptaciones no suelen hacer justicia a las obras en las que se inspiran (una de las más sorprendentes excepciones – al menos por el momento- lo encontramos en “Los Juegos del Hambre”) y que cualquier tipo de calidad (en el caso de que esta exista) suele quedar relegada a un segundo plano.
El último trabajo surgido de este desenfrenado afán lucrativo (que no siempre da el resultado esperado) no es otro que el de “La ladrona de libros” (Brian Percival, 2013), adaptación de la novela homónima que el escritor australiano Markus Zusak publicó allá por el año 2005. En este caso, el salto a la gran pantalla viene precedido de un amplio número de premios literarios y por el distintivo de haber permanecido durante más de cuatro años en la lista de los libros más vendidos de los Estados Unidos (la prestigiosa ‘New York Times Best Seller List’). De forma personal desconozco la valía que susodicho libro pueda tener, por lo que la siguiente crítica de “La ladrona de libros” se basa en lo que es capaz de ofrecer como película.
Percival, en el que es su debut en la gran pantalla (con anterioridad solo había dirigido algunas películas y series para la televisión británica), nos ofrece un producto familiar sin mayor pretensión que el entretenimiento. En “La ladrona de libros” encontramos una correctísima cinta para todos los públicos, que se puede resumir como un conjunto de clichés que destacan tanto por su simpleza, como por su efectividad. Percival evita cualquier tipo de sobresalto, doble sentido o cuestión espinosa, para generar un trabajo tan ejemplar como vulgar. “La ladrona de libros” no es una película con la que uno pueda aburrirse, pero tampoco tiene un algo que permita mantener al espectador atento a lo que ocurre.
El gran problema que tiene “La ladrona de libros” reside en la carencia de un verdadero conflicto dentro de la historia. La película, ambientada en la II Guerra Mundial, nos cuenta las diferentes aventuras que la joven Liesel corre desde el momento en que es adoptada por una familia alemana. “La ladrona de libros” no deja de ser un conjunto de escenas, más o menos relacionadas entre sí, donde podemos ver crecer a Liesel. La película va abriendo varias tramas, pero comete el error de no dar primacía a ninguna para generar – a partir de la misma- un conflicto central (nudo). Esto provoca que las citadas escenas que componen “La ladrona de libros”, no sean sino una serie de vivencias situadas a un mismo nivel de interés de cara al espectador.
Entre todas las tramas que pueblan la película, hay dos que presentan presumiblemente un mayor potencial: la del refugiado judío y la del robo de libros prohibidos. La primera de ellas – que no es para nada novedosa- es seguramente la que mayor recorrido tiene pero, como señalamos, en cuanto comienza a surgir el problema (la presión que los nazis ejercen ante aquellas familias que ocultan judíos) en vez de continuarlo e intensificarlo, se opta por cerrarlo de la forma más simple posible dando paso a otro asunto distinto. De esta manera, el arco de tensión ascendente que toda buena historia debe tener, se quiebra de forma brusca devolviendo al público a un ambiente de plácida e insulsa calma.
Algo semejante ocurre con la segunda trama antes comentada. Liesel parece albergar una gran pasión por la lectura, pero se encuentra dentro de un sistema político que ha prohibido la mayor parte de las obras literarias. Cuando la joven, ansiosa por vivir nuevas aventuras, se encuentra ante una biblioteca repleta de famosas novelas, no duda en comenzar a ‘tomar prestadas’ algunas de las mismas. La problemática que podría surgir de aquí es doble: una la del robo y otra la posibilidad de que los nazis la pillaran con estas obras prohibidas. Sin embargo, de forma inexplicable, los actos de Liesel no tienen ninguna trascendencia en la historia. En ningún momento se abre un conflicto que pueda poner en peligro la vida de Liesel y la de su comunidad, quedando la sensación de que esta trama se queda coja dentro de la película.
Más destacable es la estética de los escenarios y el ambiente en el que se desarrolla “La ladrona de libros”, donde se han cuidado todos los detalles para que la recreación de la época sea lo más fiel posible. Tampoco se le pueden poner muchas pegas a la labor de los actores, que resuelven sus papeles con solvencia y corrección. Emily Watson y Geoffrey Rush se posicionan como principal atractivo de cara al público, siendo el segundo el más destacado gracias a su alegre y más distendido personaje. De la misma manera hay que señalar el buen papel de la joven Sophie Nélisse (habrá que ver hasta donde llega esta actriz) y de Roger Allam, que se encarga de poner voz a la Muerte (la narradora de la historia).
Aprobado debut de Percival en el cine con una película que, aunque correcta, ha nacido con fecha de caducidad. “La ladrona de libros” posee un potencial que no ha sido desarrollado, habiendo quedado las tramas necesitadas de un mayor recorrido y evolución que las permitiera crear un conflicto central adecuado. El resultado es una película que aunque no aburre, tampoco entusiasma. Para pasar el rato y nada más.
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