“El secreto del libro de Kells”: Maravillosa obra de arte

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Son muchas las películas a las que supone una gran victoria el mero hecho de ser parte de alguna candidatura en los premios Oscar de Hollywood. El singular prestigio internacional de estos galardones, supone para estas obras la nada despreciable posibilidad de salir del anonimato y de darse a conocer más allá de las lindes de su país de origen. “El secreto del libro de Kells” (Tomm Moore, Nora Twomey, 2009) tuvo la gran fortuna de hacerse un hueco en el año en el que una Pixar en plena cresta de su particular ola, se alzó con la estatuilla con la estupenda “Up” (Peter Docter, Bob Peterson, 2009), película que aunque termina siendo bastante convencional, cuenta con unos primeros quince minutos que ya son parte de la historia del cine.

A la hora de hablar de “El secreto del libro de Kells” debemos tener claro que nos encontramos más ante un producto artístico que ante una película de animación propiamente dicha. Es un cuento que de forma ficticia narra la creación del Libro de Kells, uno de los manuscritos cristianos más antiguos y bellos que han podido llegar hasta nuestros días. Ambientada en la Edad Media, la trama nos sitúa en la pequeña abadía irlandesa de Kells que se encuentra amenazada ante un inminente ataque vikingo. Brendan es un joven con un gran talento para el dibujo que instruido por un viejo monje, asumirá la difícil y noble tarea de concluir el manuscrito de Kells.

Insisto, no creo que el entretenimiento sea el principal objetivo que persigue “El secreto del libro de Kells”. Eso no quiere decir que la historia se haya descuidado. Todo lo contrario. Es incuestionable el cuidado y el cariño con que se ha tratado un cuento que, a pesar de su sencillez, destaca por la gracia y la amenidad con la que es narrado, pudiéndose convertir en una verdadera delicia para todos aquellos que estén dispuestos a dejarse llevar. De la misma manera, los personajes que la pueblan destacan por su carácter agradable, con unas personalidades (el rigor del Abad, la amabilidad del viejo Aidan, o la curiosidad de Brendan) que quedan reforzadas por el dibujo que los caracteriza y por sus movimientos.

Dos son los escenarios (aislados el uno del otro) en los que se desarrolla “El secreto de Kells”. Uno es la abadía, símbolo del orden, de la racionalidad y del conocimiento. El otro es el bosque, un lugar misterioso y peligroso envuelto en las brumas y la mística. Un bosque poblado por monstruos, deidades y otros seres legendarios. La mitología celta/precristiana irlandesa tiene un peso destacado a la hora de conformar este espacio natural. En su camino para alcanzar la excelencia como escriba, Brendan deberá introducirse en este extraño ambiente donde trabará amistad con una ágil Aisling (una especie de espíritu del bosque) y donde deberá hacer frente al temible dios Cromm Cruach.

Pero más allá de este precioso cuento, lo verdaderamente remarcable de “El secreto de Kells” es su estética: un admirable trabajo artesanal de formas y colores que otorgan a la película una personalidad propia. Un trabajo de líneas y curvas que se entrecruzan en complejos dibujos que hablan por sí mismos y que hacen de “El secreto de Kells” una obra para ser recordada por su delicada belleza. La simetría de los escenarios, las formas geométricas, las espirales y los fractales sirven para reforzar el halo de fantasía que envuelve a la historia, convirtiéndose la obra de Moore y Twomey en un espectáculo visual y en una obra artística digna del manuscrito en el que se inspira.

Como es evidente, la música celta no podía faltar en este hermoso homenaje a la cultura irlandesa que es “El secreto del libro de Kells”. El grupo de folk Kíla junto con el compositor francés Bruno Coulais (que también colaboraría este mismo año en la banda sonora de “Los mundos de Coraline” (Henry Selick, 2009)), fueron los encargados de crear una partitura que, sutilmente omnipresente en toda la cinta, acompaña y refuerza el carácter artístico de las diferentes partes, convirtiendo a la película ya no una apabullante obra visual, sino también auditiva.

Digna pieza de museo, estamos ante uno de los ejemplos más maravillosos de lo que se puede lograr a través del dibujo y la animación. Un arte único a la hora crear formas y mundos imaginarios, de manipular las reglas que rigen la realidad y de hacernos soñar despiertos. Solo muy de vez en cuando surgen pequeños milagros como “El secreto del libro de Kells” capaces de aprovechar todas las posibilidades que este tipo de cine ofrece. Una joyita.

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