Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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“Panique au Village” es una serie belga creada por los animadores Vincent Patar y Stéphane Aubier. Entre los años 2002 y 2003 fueron estrenados veinte capítulos de una duración aproximada de cinco minutos cada uno. A través de la animación en stop-motion de muñecos de plástico y plastilina, sus protagonistas (un indio, un vaquero y un caballo) vivían todo tipo de aventuras a través de breves gags y situaciones absurdas. En el año 2007 se decidió llevar la serie a la gran pantalla y dos años después, era estrenado un largometraje con el mismo nombre que la serie. Bien recibida por los seguidores y la crítica, “Pánico en la Granja” estuvo nominada a “mejor película” en el festival de Cannes 2009 y consiguió el premio a “mejor largometraje de animación para niños” en el festival de Sitges de ese mismo año. La película no deja de ser un capítulo más de una hora de duración. En este caso, Indio y Vaquero (en la simpleza se encuentra la grandeza) se dan cuenta de que es el cumpleaños de Caballo y que han olvidado comprarle un regalo. Así, después de librarse de este, deciden que deben construirle una barbacoa. Y por supuesto la liarán.
Pretender hacer ochenta minutos de algo que suele durar habitualmente cinco, suele ser una jugada arriesgada que suele terminar mal. No tenemos que irnos muy lejos para ver un ejemplo de lo complicado que es esto. Basta con volver la vista al 2007 y encontrarnos con la terrible película de “Los Simpsons”, insulso capítulo de noventa minutos, que bien arderá por los siglos en los infiernos de Dante. Y en “Pánico en la Granja” ocurre algo parecido. Tenemos una película de carácter muy irregular, con unos veinte minutos iniciales fantásticos y un resto que se desarrolla con más pena que gloria y del que apenas se pueden rescatar un par de anécdotas esporádicas. Y exactamente, la sensación que va quedando conforme avanza la película, es de excesivo alargamiento de la trama.
“Pánico en la Granja” sería fantástica como cortometraje. Entiendo, que si esta película se hubiera reducido a los primeros veinte minutos, sería una obra magnífica. Un conjunto de gags rápidos y situaciones absurdas e hilarantes. Descubrir a los cinco minutos, que lo más cuerdo de la película es un caballo que se ducha, lee el periódico y conduce un coche, revelan que podemos estar ante una interesante idea. Por desgracia, la frescura y buen hacer de los primeros minutos, se pierden considerablemente a partir de ese momento, que bien podría ser un punto final (cerrando el cortometraje) pero que se convierte en un punto y seguido. La gracia y el veloz desarrollo que caracterizaban la (por llamarla de alguna manera) primera parte, se van perdiendo poco a poco. Los personajes se vuelven más planos, se empiezan a recurrir a tópicos, las situaciones y los comentarios absurdos disminuyen y la historia, que no alcanza un interés considerable, se alarga y se alarga llegándose a hacer un tanto tediosa. Incluso el final deja la sensación de estar estirado de más. Es muy importante la medición de los tiempos y el desarrollo rápido y continuo en una película de carácter infantil (y adulto). Disney y sus películas de animación del pasado siglo, son un claro ejemplo de ello: Largometrajes ágiles de poco más de una hora, en constante cambio, evitando caer en las repeticiones y de finales rápidos. “Pánico en la Granja” lo hace muy bien de inicio, pero se pierde en el nudo y el desenlace.
Independientemente del interés de la historia, lo verdaderamente atractivo de “Pánico en la Granja” es su modelo de animación. A través de la técnica de stop-motion, se realiza un tosco pero original movimiento de los personajes, que no son sino muñecos de plástico con los que nuestros padres (e incluso algunos de nosotros) han jugado en su infancia. Utilizando estos como tal, como seres rígidos pegados a una base, se logran unos movimientos a golpes estrafalarios pero realmente divertidos. Exactamente, como si viéramos a un niño jugar con ellos. Sin embargo, no todo es rígido en la película. Estos muñecos de plástico, amén de dar un poco de vida y alegría a los muñecos, se van alternando con símiles de plastilina para dar así movimiento a los cuerpos en ciertas situaciones. No es un trabajo, entiendan, tan metódico y escrupuloso en plan “Wallace y Gromit” o “Chicken Run”, donde se cuidan todos los detalles y se logra dar un verdadero movimiento a los personajes. Aquí, la idea es plasmar la imaginación de un niño y su juego con los muñecos rígidos de plástico.
Queda resaltar que el alma de esta película reside en el personaje de Caballo. Esta situación tan peculiar de los niños de otorgar vida e inteligencia a objetos inertes y animales, es una de las bases humorísticas de esta serie. Caballo, irónicamente, es el elemento más responsable, frente a la locura e infantilidad que vienen siendo el resto de personajes que van desfilando en pantalla. Caballo es el carácter más desarrollado y sobre él, básicamente, gira toda la trama central acompañado de los más infantiles Indio y Vaquero. Junto a Caballo, hay que señalar otro par de personajes de mayor interés: el vecino granjero y los científicos. Ambos, son los elementos más surrealistas y atractivos de todo el trabajo, el primero por el humor y la locura que infunde a todas sus acciones y los segundos, porque son un respiro dentro de la interminable “segunda parte” de la trama, y porque son mostrados como seres totalmente absurdos e irreales.
Película pues arriesgada, artísticamente interesante pero con una historia carente de gancho y mayor viveza. Es una película más atractiva por la animación en stop-motion que por su trama. Si tienen interés en el tema, recomendaría encarecidamente el visionado de la primera veintena de minutos. Si se planean llevar a algún niño a verla, creo que pueden existir otras opciones mucho más interesantes para diversión de toda la familia.
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“Panique au Village” es una serie belga creada por los animadores Vincent Patar y Stéphane Aubier. Entre los años 2002 y 2003 fueron estrenados veinte capítulos de una duración aproximada de cinco minutos cada uno. A través de la animación en stop-motion de muñecos de plástico y plastilina, sus protagonistas (un indio, un vaquero y un caballo) vivían todo tipo de aventuras a través de breves gags y situaciones absurdas. En el año 2007 se decidió llevar la serie a la gran pantalla y dos años después, era estrenado un largometraje con el mismo nombre que la serie. Bien recibida por los seguidores y la crítica, “Pánico en la Granja” estuvo nominada a “mejor película” en el festival de Cannes 2009 y consiguió el premio a “mejor largometraje de animación para niños” en el festival de Sitges de ese mismo año. La película no deja de ser un capítulo más de una hora de duración. En este caso, Indio y Vaquero (en la simpleza se encuentra la grandeza) se dan cuenta de que es el cumpleaños de Caballo y que han olvidado comprarle un regalo. Así, después de librarse de este, deciden que deben construirle una barbacoa. Y por supuesto la liarán.
Pretender hacer ochenta minutos de algo que suele durar habitualmente cinco, suele ser una jugada arriesgada que suele terminar mal. No tenemos que irnos muy lejos para ver un ejemplo de lo complicado que es esto. Basta con volver la vista al 2007 y encontrarnos con la terrible película de “Los Simpsons”, insulso capítulo de noventa minutos, que bien arderá por los siglos en los infiernos de Dante. Y en “Pánico en la Granja” ocurre algo parecido. Tenemos una película de carácter muy irregular, con unos veinte minutos iniciales fantásticos y un resto que se desarrolla con más pena que gloria y del que apenas se pueden rescatar un par de anécdotas esporádicas. Y exactamente, la sensación que va quedando conforme avanza la película, es de excesivo alargamiento de la trama.
“Pánico en la Granja” sería fantástica como cortometraje. Entiendo, que si esta película se hubiera reducido a los primeros veinte minutos, sería una obra magnífica. Un conjunto de gags rápidos y situaciones absurdas e hilarantes. Descubrir a los cinco minutos, que lo más cuerdo de la película es un caballo que se ducha, lee el periódico y conduce un coche, revelan que podemos estar ante una interesante idea. Por desgracia, la frescura y buen hacer de los primeros minutos, se pierden considerablemente a partir de ese momento, que bien podría ser un punto final (cerrando el cortometraje) pero que se convierte en un punto y seguido. La gracia y el veloz desarrollo que caracterizaban la (por llamarla de alguna manera) primera parte, se van perdiendo poco a poco. Los personajes se vuelven más planos, se empiezan a recurrir a tópicos, las situaciones y los comentarios absurdos disminuyen y la historia, que no alcanza un interés considerable, se alarga y se alarga llegándose a hacer un tanto tediosa. Incluso el final deja la sensación de estar estirado de más. Es muy importante la medición de los tiempos y el desarrollo rápido y continuo en una película de carácter infantil (y adulto). Disney y sus películas de animación del pasado siglo, son un claro ejemplo de ello: Largometrajes ágiles de poco más de una hora, en constante cambio, evitando caer en las repeticiones y de finales rápidos. “Pánico en la Granja” lo hace muy bien de inicio, pero se pierde en el nudo y el desenlace.
Independientemente del interés de la historia, lo verdaderamente atractivo de “Pánico en la Granja” es su modelo de animación. A través de la técnica de stop-motion, se realiza un tosco pero original movimiento de los personajes, que no son sino muñecos de plástico con los que nuestros padres (e incluso algunos de nosotros) han jugado en su infancia. Utilizando estos como tal, como seres rígidos pegados a una base, se logran unos movimientos a golpes estrafalarios pero realmente divertidos. Exactamente, como si viéramos a un niño jugar con ellos. Sin embargo, no todo es rígido en la película. Estos muñecos de plástico, amén de dar un poco de vida y alegría a los muñecos, se van alternando con símiles de plastilina para dar así movimiento a los cuerpos en ciertas situaciones. No es un trabajo, entiendan, tan metódico y escrupuloso en plan “Wallace y Gromit” o “Chicken Run”, donde se cuidan todos los detalles y se logra dar un verdadero movimiento a los personajes. Aquí, la idea es plasmar la imaginación de un niño y su juego con los muñecos rígidos de plástico.
Queda resaltar que el alma de esta película reside en el personaje de Caballo. Esta situación tan peculiar de los niños de otorgar vida e inteligencia a objetos inertes y animales, es una de las bases humorísticas de esta serie. Caballo, irónicamente, es el elemento más responsable, frente a la locura e infantilidad que vienen siendo el resto de personajes que van desfilando en pantalla. Caballo es el carácter más desarrollado y sobre él, básicamente, gira toda la trama central acompañado de los más infantiles Indio y Vaquero. Junto a Caballo, hay que señalar otro par de personajes de mayor interés: el vecino granjero y los científicos. Ambos, son los elementos más surrealistas y atractivos de todo el trabajo, el primero por el humor y la locura que infunde a todas sus acciones y los segundos, porque son un respiro dentro de la interminable “segunda parte” de la trama, y porque son mostrados como seres totalmente absurdos e irreales.
Película pues arriesgada, artísticamente interesante pero con una historia carente de gancho y mayor viveza. Es una película más atractiva por la animación en stop-motion que por su trama. Si tienen interés en el tema, recomendaría encarecidamente el visionado de la primera veintena de minutos. Si se planean llevar a algún niño a verla, creo que pueden existir otras opciones mucho más interesantes para diversión de toda la familia.
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