"Guardianes de la galaxia": Un picnic en las estrellas

Crítica originalmente publicada en Imovilizate. VER
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A escasos meses del estreno de la segunda parte de “Los Vengadores” (Joss Whedon, 2015) – película que supondrá el punto y final a la conocida como Fase 2- a la Marvel Studios no le pueden ir mejor las cosas. Su universo cinematográfico de superhéroes se ha convertido en una de las más rentables franquicias del séptimo arte y así lo demuestran los más de 6.600 millones de dólares que lleva recaudados con tan solo diez películas en el mercado. Todo lo que esta productora toca se transforma en oro y su sello ha alcanzado tal prestigio que hasta las adaptaciones más arriesgadas acaban por convertirse en taquillazos.

Ese ha sido el caso de Guardianes de la galaxia (James Gunn, 2014), película que surgió de la adaptación de un cómic poco conocido entre el público y que a estas alturas lleva acumulados 300 millones de dólares, una fortuna que es bastante probable que llegue a duplicarse cuando la cinta se estrene en los siempre importantes mercados de China y Japón. La vida es de color rosa en Marvel que, además, parece haber dejado atrás las irregulares primeras historias para ofrecer a cambio completos y exigentes productos de entretenimiento. Deslumbraron con “Los Vengadores”, repitieron jugada con la notable “Capitán América: El soldado de invierno” (Anthony Russo, Joe Russo, 2014) y han sabido mantener el nivel con la pirotécnica Guardianes de la galaxia.

Decía James Gunn que su principal objetivo con Guardianes de la galaxia era el de crear un producto de primera calidad capaz de satisfacer al mayor número de espectadores y que – a su vez- pudiera dejar una huella parecida a la lograda hace más de treinta años por la trilogía de “Star Wars”. Desconozco que se pensará de la película de aquí a tres décadas, pero lo que sí puedo afirmar es que Gunn ha puesto todo su corazón y entusiasmo a la hora de crear una destacada space-opera que, sin embargo – y a opinión de quien escribe- no llega ni de lejos al nivel de historia de la trilogía original de Geoge Lucas, ni al nivel de entreteniendo con el que nos sorprendió la sobresaliente “Star Trek: En la oscuridad” (J. J. Abrams, 2013).

No voy a negar que Guardianes de la galaxia es una notable y efectiva cinta palomitera que hará las delicias de todos aquellos que disfruten de los géneros de aventuras, acción y ciencia ficción, pero también debo decir que no es ni mucho menos tan perfecta como gran parte del público defiende. Aquellos que tengan largas horas de cine grabado en las retinas y que – además- hayan dejado atrás la capacidad de asombro tan propia – y simple- de la adolescencia, sabrán darse cuenta que la película, aún en su espectacularidad, podría haber sido algo mucho más grande si se hubieran cuidado ciertos pequeños detalles. 

Guardianes de la galaxia tiene una gran virtud que reside en el aspecto cómico que presenta la historia. De hecho, es bastante probable que se trate de la más humorística y gamberra de todas las películas hechas por Marvel hasta la fecha. Este cachondeo, que llega muchas veces a alcanzar el nivel del absurdo – me parece maravilloso el momento de las metáforas y dobles sentidos-, es el principal motor que permite al trabajo de Gunn ser tan efectivo como atractivo para el gran público. El humor es el alma de Guardianes de la galaxia, y todo funciona a la perfección mientras los personajes y sus acciones giran en torno al mismo.

Pero hay un gran problema, y es que cuando la comedia desaparece de la pantalla, todas carencias que tiene la película quedan al descubierto. Guardianes de la galaxia es una película que no es capaz de tomarse en serio a sí misma y es por ello mismo por lo que los momentos de mayor seriedad desentonan tanto en contraste con el conjunto. Son momentos donde el diálogo es vital para mantener la tensión/la atención de un espectador que, sin embargo, se encuentra con frases manidas, tópicos y conversaciones huecas. Esto, que es algo que afecta a toda la cinta, es seguramente el aspecto que más chirría del trabajo de Gunn, si bien el comentado tono cómico lo disimula con bastante efectividad.

Guardianes de la galaxia, es desenfreno, irreverencia; una marabunta repleta de acción, explosiones, batallas espaciales y épica. La historia se desenvuelve de forma efectiva, contando con un arco argumental ejecutado a la perfección y que resuelve con un apoteósico clímax final muy semejante al logrado en “Los Vengadores”. Maravillan los bellísimos escenarios cósmicos creados para la ocasión, así como la excelsa banda sonora escogida como acompañamiento a esta aventura estelar. No veo mal señalar que la mayor parte de los elementos que componen la película se antojan recurrentes y es que – de hecho- Guardianes de la galaxia se podría describir como una excelente amalgama de escenas y personajes rescatados de multitud de películas de ciencia ficción.

Peter Quill (Chris Pratt), Gamora (Zoe Saldana), Drax (Dave Bautista), Rocket y Groot, conforman el quinteto de protagonistas de Guardianes de la galaxia, un grupo de disparatados perdedores que se unirán para salvar su pellejo y – sin quererlo- el de todo el cosmos. Son personajes empáticos que quedan trazados de forma simple aunque suficiente como para diferenciarles y darles personalidad propia. Otro cantar es el caso del villano de turno que, como en otras cintas de Marvel, vuelve a ser escandalosamente plano y cargado de estereotipos.

Me atrevería a decir que Guardianes de la Galaxia es una película estupenda si se visiona con la edad adecuada, pero que al público más adulto le puede dejar un regusto amargo. Es indiscutible que cumple con su cometido que no es otro que el de entretener, pero si nos vamos más allá de la superficie y nos fijamos en los detalles, es fácil darse cuenta de que los pilares que sustentan a esta notable aventura espacial, son más endebles de lo que parecen. Y esto, de cara a la anunciada secuela, puede convertirse en un grave problema.

“Al filo del mañana”: Efectiva pirotecnia

Se adviene el verano y – como todos los años- los más caros blockbusters de Hollywood comienzan a deambular por nuestras pantallas. Basta con echar un vistazo a la cartelera para observar como durante las próximas semanas se irán estrenando varias de las películas más esperadas por el público más general. A citar: “Los Guardianes de la Galaxia” (James Gun, 2014), la segunda parte de “Cómo entrenar a tu Dragón” (Dean deBlois, 2014) o “El amanecer del planeta de los simios” (Matt Reeves, 2014) entre alguna que otra fanfarronada como “Los Mercenarios 3” (Patrick Hughes, 2014) o la nueva entrega de esa infame saga llamada “Transformers” (Michael Bay, 2014). Se adviene el verano y con él – para bien o para mal- la acción, las tortas y las explosiones.

Para ir haciendo al cuerpo, hará un par de semanas que la veda del estío quedó abierta de par en par. Los cansinos mutantes de X-Men – yo ya he perdido la cuenta de cuántas películas lleva esta gente- andan repartiendo estopa por medio mundo, junto con la que – seguramente- sea la mejor película de ciencia-ficción palomitera que se haya podido estrenar en mucho tiempo. Hablamos de “Al filo del mañana” (2014) al frente de la cual se encuentra Doug Liman, curtido director de películas de acción como la interesante “El caso Bourne” (2002), la deficiente “Sr. y Sra. Smith” (2005) o la menospreciada “Jumper” (2008).

Inspirada en la novela “All your need is kill" (Hiroshi Sakurazaka, 2004) – que este mismo año ha sido adaptada también en formato manga- “Al filo del mañana” nos conduce a un tiempo no muy lejano donde el planeta Tierra está siendo invadido por una hostil raza alienígena. La humanidad se muestra incapaz de contener el avance enemigo que prácticamente ha ocupado toda Europa, pero una victoria inesperada abre una pequeña posibilidad de dar un vuelco a la situación. Se arma así la idea de un contraataque a gran escala que permita recuperar el terreno perdido. Aquí entra en juego Bill Cage (Tom Cruise), un inexperto soldado que vivirá en sus propias carnes la masacre de la batalla. Cage morirá al poco de pisar tierra pero – a la vez- quedará atrapado en un bucle temporal que le hará revivir el fatídico día una y otra vez.

Conocida la sinopsis, es evidente que uno de los mayores problemas que podía presentar “Al filo del mañana” era el referido al tener que narrar constantemente una misma situación. Pero he aquí el primer gran aspecto positivo de la película. Todo comienza con una introducción bastante más larga y pesada de lo que suele acostumbrar a este tipo de cintas. Sin embargo, estas escenas iniciales resultan ser esenciales para generar una base sólida a partir de la cual poder desarrollar la historia de forma efectiva. Sin prisa – pero sin pausa- Liman va presentado las reglas que van a regir “el juego”, dando al espectador un conocimiento suficiente tanto de la situación y como de los personajes. De esta manera, en cuando comienza la trama espacio-temporal, la película puede volcarse de lleno en el desarrollo de la acción y omitir – cada vez que se reinicia el bucle- todo aquello que ya se conoce.

Tras esta necesaria introducción, “Al filo del mañana” va a presentar un ritmo frenético que se sabe mantener constante a lo largo de su duración. La omisión de datos repetitivos por una parte y la intuición del espectador por otra, se antojan vitales para mantener esta trepidante acción y evitar alargar la trama más de lo debido. Se nota que el guión en el que se basa la película – aunque sencillo- es sólido y atractivo, algo bastante poco usual en este tipo de trabajos palomiteros. “Al filo del mañana” sabe lo que quiere contar y lo hace de la forma más directa posible, evitando introducir nudos innecesarios que entorpecerían su ágil desarrollo, pero guardando en su haber alguna que otra sorpresa. No es el guión perfecto, ya que se pueden cazar varias paradojas y adolece de un final excesivamente complaciente, pero el conjunto es verdaderamente notable y los fallos que presenta son nimios.

Tom Cruise encabeza el reparto de “Al filo del mañana” apenas un año después del estreno de “Oblivion” (Joseph Kosinski, 2013), película también de ciencia ficción y que él mismo protagonizó. Sin destacar en nada, cumple con su papel con suficiencia. Más interesante es el trabajo de su compañera Emily Blunt, a la que algunos recordarán por su actuación en la estúpida “Looper” (Rina Jonson, 2012). Blunt se encarga de dar vida a Rita Vrataski, una curtida soldado que hará de guía en el constante renacer de Cage. De todas maneras, no son los personajes el punto fuerte de “Al filo del mañana” pues – aunque correctos- ambos son bastante simples y predecibles en su desarrollo.

Aficionados a la ciencia-ficción y la acción más desenfrenada sabrán encontrar en “Al filo del mañana” una cinta que, sin ser extraordinaria, se encuentra por encima de lo que suele ser normal. Un buen producto de entretenimiento, visualmente espectacular que – además- se permite piropear al mundo de los videojuegos e incluso – me atrevería a decir- a los combates de Sión de la vieja trilogía de “Matrix”. Como he remarcado al principio de la crítica, de lo mejor que la ciencia-ficción palomitera ha dado en los últimos años.

“El viento se levanta”: Gracias y hasta siempre

Se nos va un genio. Que baje el telón y que la gente aplauda. Hayao Miyazaki, uno de los más extraordinarios animadores nacidos en la Tierra del Sol Naciente, ha decidido poner punto final a su carrera como director. Lleva amenazando con ello desde el lanzamiento de “La Princesa Mononoke” (1997), pero parece que esta vez no hay marcha atrás. Dice que tiene setenta y tres años, que la vista le falla y que no puede más: que está agotado. Se va el maestro y le añoraremos, pero tras de sí deja un hermoso legado de once películas, otros tantos mangas, el nada desdeñable hito de haber conseguido un premio Oscar – “El Viaje de Chihiro” (2001)- y un estudio de nombre Ghibli que es referencia mundial del cine animado. Miyazaki nos dice adiós tras más de cuatro décadas de absoluta dedicación y lo hace dejándonos un último trabajo de despedida.

Le vent se lève!... Il faut tenter de vivre!". Paul Valéry, poeta y filósofo francés inspira el título de la undécima y última película del director japonés: “El viento se levanta” (2013), que supone un destacado giro respecto a toda su obra pasada. Miyazaki retorna una vez más al que ha sido uno de sus temas fetiche durante toda su filmografía: la aviación, pero lo hace alejándose del estilo aventurero y fantasioso que había caracterizado su cine hasta el momento. Al contrario, en esta ocasión nos presenta un drama histórico construido a partir de la biografía de Jiro Horikoshi, uno de los ingenieros aeronáuticos más importantes del Japón anterior a la Segunda Guerra Mundial.

El viento se levanta” es un canto a la vida, al amor y a los sueños del hombre. Miyazaki coquetea con la nostalgia y con el tiempo que vuela, pero huye de sensiblerías apostando por una actitud abiertamente romántica y optimista. Todo parte de un Horikoshi niño que anhela surcar los cielos pero que se encuentra con el gran impedimento de ser miope. Sin embargo, una revelación de corte onírica le hará comprender que su destino no está en pilotar aviones, sino en construirlos. Así comenzará una larga carrera profesional que le llevará a convertirse en uno de los principales responsables de la modernización de la fuerza aérea japonesa y a diseñar el ‘Zero’, uno de los aviones de caza más utilizados durante la Guerra del Pacífico.

Pero Horikoshi es un idealista. Él no diseña aviones para que estos sean utilizados en la guerra. Él persigue cumplir uno de los más anhelados sueños del hombre: volar, y en ello vuelca toda su vida a pesar de las visiones de destrucción y muerte que constantemente tiene. Él solo quiere construir el mejor de los aviones por la pasión que siente hacia su profesión. Algo semejante ocurre en su relación con su amada pero enferma Nahoko. La pareja decide permanecer junta a pesar de las graves consecuencias que ello puede acarrear a la salud de la joven. Viven por el amor, por los sentimientos y por los sueños, sin atender a los razonamientos de quienes les rodean.

Hablamos de la pasión y ese es posiblemente el término que mejor defina “El viento se levanta”. Miyazaki se ha dado el lujo de dedicar una película entera a su querida aviación y, en ella, despliega gran parte de sus conocimientos sobre la misma. Hay que apreciar el esmero y el realismo con el que los aviones han sido recreados, así como sus entrañas, sus metálicos esqueletos, los pequeños detalles, los diseños, la forma de funcionar de cada uno... Miyazaki, como su extensión en la pantalla Horikoshi, es un perfeccionista, un hombre virtuoso y genial que durante toda su carrera ha perseguido un sueño que, una vez alcanzada la meta, se siente magistral.

Son dos las horas que se emplean en exponer una historia que no muestra ninguna prisa en su desarrollo. El director japonés se muestra concienzudo a la hora de narrar la vida y el crecimiento personal de Horikoshi, recreándose en todos aquellos aspectos de su biografía que estima necesarios introducir en la trama. Esto provoca que “El viento se levanta” sea una película desigual en su ritmo, alternándose partes de fuerte viveza e interés con otros momentos más lentos y tediosos. De forma general, la primera hora de la cinta, centrada en la formación del ingeniero, es la que tiende a desarrollarse con más soltura. En cambio, la segunda parte, donde todo el tema de la aviación queda en un segundo plano a favor del hermoso romance, es mucho mas pausado.

De todas maneras el conjunto que forma “El viento se levanta” es de notable alto. Miyazaki hace uso de toda la experiencia acumulada generando una de las obras – a mi parecer- más destacadas de su filmografía. Quizás no la mejor, pero sí la más madura de todas. Es el broche de oro a un capítulo genial de la historia de la animación. Echaremos de menos al genio japonés, pero su legado siempre quedará ahí. “El viento se levanta, debemos tratar de sobrevivir”. Gracias

"El Ilusionista": El más bello homenaje

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Habrían de pasar más de siete años desde el lanzamiento de “Las trillizas de Belleville” (2003) para que Sylvain Chomet lograra dar a luz a la que sería su segunda película de animación. “El Ilusionista” (2010) es el resultado de una época convulsa para el animador francés que se vio en serias dificultades para sacar adelante sus proyectos. Los problemas empezaron poco después del lanzamiento de “Belleville”, cuando Chomet tuvo que hacer frente a una acusación de plagio. El que hasta ahora había sido su más cercano colaborador, Nicolas de Crécy, le achacó que muchos de los elementos de la película habían sido copiados de su cómic “Le Bibendum Céleste” (1994) publicado nueve años antes. La relación entre ambos dibujantes se rompió sin que el tema se resolviera.

Pero la carrera de Chomet no paró y aprovechando el éxito alcanzado gracias a “Las trillizas de Belleville”, fundó su propio estudio: Django Films. El taller, situado en Edimburgo, nació con la pretensión de convertirse – a corto plazo- en un referente en el mundo de la animación europea. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados y poco tiempo después se vio obligado cerrar. Varios problemas de financiación y producción llevaron al traste varias de las películas previstas y el propio “El Ilusionista” – cuyo estreno se estimaba para 2007- experimentó serias dificultades para salir adelante (la ayuda económica de los Estudios Pathé sería fundamental para su conclusión). Finalmente, tras una interminable espera, el segundo trabajo de Chomet fue estrenado en 2010 en el Festival de Cine de Berlín.

El Ilusionista” narra la historia de un viejo artista (Tatischeff) que viaja de ciudad en ciudad intentando ganarse la vida con un vetusto espectáculo de magia. Es el vivo recuerdo de una serie de personajes extraordinarios (magos, malabaristas y ventrílocuos) que el tiempo y la modernización de la sociedad han condenado al olvido y a la miseria. El mundo ha cambiado y solo los borrachos, los nostálgicos y los ingenuos parecen mostrar algo de interés. Tras una actuación en Escocia, el mago empezará a ser acompañado por una joven muchacha (Alice) que, fascinada por los trucos de este, empezará a creer inocentemente que la magia puede hacer realidad todos sus deseos.

Entre Tatischeff y Alice se creará una relación paternofilial que, aunque deseada, terminará siendo perjudicial para ambos. Podemos ver como en varios momentos de la película, el mago mira con tristeza una vieja foto en la que – suponemos- está retratada su hija pequeña. Tatischeff se recrimina el no poder estar junto a su vástago y Alice se convierte en una especie de vía de escape para su culpabilidad. Pero no solo eso, sino que además, tras mucho tiempo, volverá a experimentar la satisfacción de poder fascinar a alguien con sus trucos de magia. De esta manera, Alice vivirá así en un irreal mundo color de rosa que no es sino una ilusión. Mas la magia se romperá. El poderoso final de “El Ilusionista” significará el fin de la infancia de Alice y la resignación de Tatischeff que, a pesar de sus anhelos, deberá aceptar su realidad tal y como es.

Pero lo que no es ni magia ni ilusión, es el hecho de que “El Ilusionista” es uno de los más extraordinarios homenajes que se han rendido nunca a una figura del cine. Su historia se remonta a finales de los años cincuenta cuando nació de la mente de uno de los más célebres cómicos del séptimo arte: Jacques Tati. Un inoportuno accidente hizo imposible la grabación del guión y no fue hasta cinco décadas más tarde cuando pudo hacerse realidad gracias a la inspiración de uno de los más fervorosos seguidores del actor y director galo. El lápiz de Chomet fue capaz de traer de vuelta a Tati a la gran pantalla y con él al torpe Señor Hulot. La forma, los gestos y las maneras de este personaje fueron literalmente calcados – así lo ha asegurado el propio Chomet en varias entrevistas- para que el mago Tatischeff fuera lo más parecido posible a su alter ego de carne y hueso.

Con “El Ilusionista” – como ya ocurriera con su antecesora “Las trillizas de Belleville” y muy a semejanza de “Las vacaciones del Señor Hulot” (Jacques Tati, 1953)- se vuelve a apostar por una obra carente de diálogos, en donde la gestualidad y los sonidos ambientales se bastan para transmitir todo tipo de sensaciones al espectador. Junto a ello, un pausado acompañamiento musical y unos bellísimos y cálidos escenarios dan como resultado un delicado conjunto que se aleja del histrionismo que caracterizaba a “Belleville” y que – a cambio- da lugar a una sosegada historia suavemente arropada por la melancolía.

Al igual que “Las trillizas de Belleville”, la segunda obra de Chomet obtuvo un caluroso recibimiento por parte del público y la crítica. Las nominaciones volvieron a acumularse, destacando a una academia de Hollywood que – una vez más- tuvo el detalle de nominar al artista francés al Oscar a la mejor película de animación, un galardón que ese año fue a parar – de forma muy merecida- a manos de una maravillosa “Toy Story 3” (Lee Unkrich, 2010). Los triunfos más destacados para “El Ilusionista” vinieron – como es lógico- de varios festivales europeos como los Premios César de Francia o los Premios del Cine Europeo.

Triste y emotiva, Sylvain Chomet consigue con “El Ilusionista” una obra rebosante de talento y excelencia. No creo que sea justo compararla con su también sobresaliente antecesora, pues ambas son obras que no tienen nada que ver la una con la otra, ni en sus formas, ni en el planteamiento de las historias. Respecto al futuro del artista francés poco se sabe. Es posible que pronto tengamos noticias de su presunta próxima obra “Swing Popa Swing”, de la que apenas tenemos constancia de una imagen y de que se tratará de una precuela de “Las trillizas de Belleville”. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero estoy seguro que con Chomet podremos hacer una honrosa excepción.

“Las trillizas de Belleville”: La gran animación

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Resulta indiscutible que Sylvain Chomet es – a día de hoy- uno de los directores de mayor prestigio y reconocimiento dentro del mundo de la animación. Su reciente participación en uno de los opening de “Los Simpsons” no ha servido sino para confirmarlo y dar un paso más – un paso de gigante- en la difícil tarea de llegar a un gran público más tendente al entretenimiento comercial. Porque lo que hace este francés se llama arte, y ya sabemos que no es sencillo triunfar con el arte en un medio saturado de productos prefabricados y fuegos artificiales. El hito logrado por Chomet reposa en dos aspectos fundamentales: el primero es el haber conseguido imprimir un sello distintivo a su obra, lo que le ha permitido destacar sobre los demás. El segundo punto – y quizás el más importante- es haber logrado captar la atención de una crítica que lo ha colmado de premios y nominaciones de gran prestigio desde los primeros instantes de su carrera.

La obra de Chomet como animador arranca en los años ochenta del siglo pasado, momento en el que empezó a labrarse una buena fama como guionista y dibujante de comics. Pero no será hasta los noventa cuando comience a desarrollar lo que a la larga marcará el punto de partida de su carrera personal. “La anciana y las palomas” (1997) es un mediometraje animado que salió a la luz tras más de seis años de trabajo y que – inesperadamente- recibió un gran espaldarazo internacional. Nominado al Oscar a mejor corto animado y ganador de un BAFTA entre otros muchos premios y menciones, “La anciana y las palomas” se convertirá en un éxito que permitirá a Chomet afrontar el que será su primer largometraje: “Las trillizas de Belleville” (2003).

La película en cuestión narra la historia de cómo una abuela (Madame Souza) emprende un peligroso viaje en busca de su nieto (Champion), un ciclista profesional que ha sido secuestrado por la mafia francesa para utilizarlo en unas singulares apuestas ilegales. Tres son los actos en los que se divide esta trama, claramente delimitados por el Kyrie de Mozart. El primero de ellos se encuentra centrado en la infancia de Champion, un triste niño que ha perdido a sus padres y que gracias a su abuela encontrará una vía de escape en el ciclismo. El segundo bloque nos presenta a un Champion convertido corredor profesional y que será raptado durante su participación en el Tour de Francia. El tercer acto – el más largo e importante- es el que conduce a Madame Souza hasta la gran ciudad de Belleville, lugar donde su nieto se encuentra retenido.

Conocida la historia, es momento de señalar que lo importante de esta no es lo que cuenta, sino el cómo es contada. “Las trillizas de Belleville” ha sido concebida como una obra visual. Superada una sorpresiva introducción – que no es sino un homenaje a los dibujos animados de principios del siglo XX- el espectador se va a encontrar ante un mundo de bellísimos escenarios cargados de detalles y guiños complacientes. Por ellos irán apareciendo variados y pintorescos personajes que se comunicarán mediante gestos, ruidos y sonidos. De esta manera, como ya ocurriera en “La anciana y las palomas” – y tal como volverá a ocurrir en “El Ilusionista” (2010)- el diálogo está reducido a momentos muy puntuales. La imagen es – por sí sola- capaz de transmitir toda la información que el espectador debe conocer y esto – a su vez- permite dar a “Belleville” una personalidad propia.

Pero el sello de Chomet no se reduce solamente a la falta de palabra en sus trabajos. La principal seña de identidad es el carácter extremadamente caricaturesco con que el francés ejecuta a sus personajes. Finísimos ciclistas de piernas hipertrofiadas. Mórbidas mujeres que aplastan a sus insignificantes maridos bajo sus opulentos culos. Horrendos barcos cuyos cascos se estiran hasta los cielos. Todo en “Belleville” resulta hilarantemente grosero, ridículo y exagerado. Y fuertemente ligada a esta comedia, está la crítica social. La monstruosa megalópolis de Belleville – una especie de Nueva York satirizada- se presenta como el paradigma de una sociedad consumista que se ha olvidado sus raíces. Alimentados por comida basura, grotescos monigotes arrastran sus obesos cuerpos entre exorbitantes rascacielos a cuyos pies, sin embargo, se encuentra la miseria y los restos de un pasado glorioso.

La desbordante imaginación, genialidad y originalidad de “Las trillizas de Belleville” fueron hechos suficientes para aupar a Chomet hacia la fama, siendo reconocida su obra con dos nominaciones a los premios Oscar: mejor película de animación (que finalmente acabaría ganado “Buscando a Nemo” (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003)) y mejor canción original por “Belleville Rendez-vous” cuya letra fue escrita por el propio director francés. Crítica y público quedaron rendidos ante una rareza francesa que llegaría a amasar la nada desdeñable cifra de catorce millones de dólares en taquilla, de los cuales la mitad vinieron de los Estados Unidos. Un buen ejemplo para ver lo importantes que son los premios para este tipo de trabajos.

Es muy posible que muchos puedan considerar “Las trillizas de Belleville” como una de las mejores películas animadas – si no la mejor- de la pasada década. A otros – al contrario- les espantará por su marcada extravagancia. Supongo que dependerá de la personalidad de cada uno el llegar – o no- a apreciar un trabajo que – vuelvo a insistir en la idea- debe ser considerado como una obra artística y no como una cinta convencional de entretenimiento. Hay que saber apreciar el esperpento; los rocambolescos personajes que pueblan la pantalla; los sueños buñuelescos del perro de Champion… detalles que en su conjunto ofrecen una cinta única y extraordinaria fruto de la pasión de un virtuoso hombre llamado Sylvain Chomet.

“Dallas Buyers Club”: El rodeo de McConaughey

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Es bastante probable que gran parte del público nunca hubiera sabido de “Dallas Buyers Club” (Jean-Marc Vallée, 2013) sin el destacado triunfo que esta consiguió en la pasada gala de los Oscar. Sin efectismos, sin un gran presupuesto y con una historia aparentemente sin mucho atractivo, la mejor publicidad – y casi única- que ha podido tener la película de Vallée de cara al exterior, no ha sido otra que la de los premios. Frente a la actual saturación de trabajos que sufre el mundo del cine, alzarse con un galardón de prestigio significa no solo destacar sobre las demás cintas, sino conseguir llamar la atención de ese espectador ansioso de salirse del camino que marcan las productoras hacia sus multimillonarios blockbusters.

Lo que ese espectador se va a encontrar en “Dallas Buyers Club” es una amable historia de superación y redención. Son los años ochenta en la América más profunda. Ron Woodroof (Matthew McConaughey) es un drogadicto y mujeriego que, tras un incidente, descubre estar enfermo de SIDA con una esperanza de vida de apenas treinta días. El duro varapalo recibido y el instantáneo rechazo que sufrirá por parte de una sociedad inculta – su sociedad- transformarán la vida de un Ron que, desesperado por sobrevivir, comenzará a medicarse con AZT, un medicamento de dudosa eficacia pero que resulta ser altamente rentable para los hospitales.

Con esto claro, no hay que ser un genio para entender que la principal pretensión de “Dallas Buyers Club” es la de realizar una crítica al deficiente sistema sanitario que sufren los Estados Unidos, donde la legalidad o ilegalidad de unos u otros medicamentos viene dada por presiones de las grandes compañías farmacéuticas, que pretenden monopolizar el mercado con sus productos exclusivos. Ron no tardará en descubrir que el AZT no solo es ineficaz, sino que además provoca graves daños a quien la toma. De la misma manera, el mercado negro le permitirá acceder a una serie de productos que, paradójicamente, serán los que le permitan esquivar a la muerte. La reflexión que ofrece “Dallas Buyers Club” es directa y sencilla, invitando al espectador a darse cuenta de que muchas veces, las leyes impuestas no están hechas para el beneficio del miserable, sino para satisfacer la codicia de unos pocos poderosos.

Teniendo en cuenta la seriedad de los temas que toca “Dallas Buyers Club”, se hecha en falta un poquito más de ‘mala leche’ en la historia. Al contrario, para evitar levantar ampollas, se ha preferido apostar por una narración desenfadada y – en general- bastante optimista. Los momentos de mayor drama se pueden encontrar en los primeros quince-veinte minutos cuando a Ron le diagnostican la enfermedad, pero el resto de la película no deja de ser una correcta y respetuosa entretenedera bastante plácida de ver. Un producto tan notable como convencional, que si no llega a ser por sus personajes – la principal virtud de “Dallas Buyers Club” y fuente de su éxito- habría pasado completamente desapercibida.

Dos actores. El primero es el actualmente en boca de todos Matthew McConaughey, cuya carrera ha dado un vuelco de ciento ochenta grados en un abrir y cerrar de ojos. La caracterización que hace de Ron no puede ser más sobresaliente, haciendo brillantemente real el drama de la enfermedad y la particular catarsis que sufre el protagonista. McConaughey perdió veinte kilos para dar mayor credibilidad a un personaje que es el pilar maestro de “Dallas Buyers Club” y cuya evolución es – de lejos- lo más interesante que el espectador se va a encontrar. Merecido es sin duda, su triunfo en los Oscar con el premio de Mejor Actor, un reconocimiento a dos años de ensueño que – para quien aquí escribe- empezaron con la muy recomendable “Mud” (Jeff Nichols, 2012) y que han alcanzado su punto álgido con un antológico trabajo en la serie “True Detective” (Nic Pizzolatto, Cary Joji Fukunaga, 2014), sin duda, su mejor actuación hasta la fecha.

El otro actor es Jared Leto, que ha ido recogiendo tantos premios como los alzados por McConaughey. Aunque quizás alguno lo conozca más por su faceta como cantante del grupo “30 seconds to Mars”, la carrera cinematográfica de Leto cuenta con trabajos bastantes destacados y papeles protagonistas como los de “Réquiem por un sueño” (Darren Aronofsky, 2000) o la más reciente “Las vidas posibles de Mr. Nobody” (Jaco Van Dormael, 2009). En “Dallas Buyers Club” Leto encarna a Rayon, un carismático transexual que trabará una fuerte amistad con Ron. El Oscar a Mejor Actor Secundario es producto de un trabajo hecho con desparpajo y naturalidad. Un personaje de los que el público se enamora.

Dallas Buyers Club” es Leto y McConaughey. La trama podrá gustar más o menos, mas no es por ella por lo que se va a recordar a esta película, sino por la muy destacada actuación de pareja de protagonistas. Un poco más de rabia en el guión – insisto- y habríamos tenido la película del año. Lástima.

“True detective” (1ª Temporada)

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Hablar de la Home Box Office es hablar de calidad. Un título indiscutible para una cadena de televisión cuyo curriculum presenta varias de las series más aclamadas de las últimas décadas. Se lo ha ganado a pulso, mírenlo: “Boarwalk Empire” (2010-2014), “Carnivale” (2003-2005), “Deadwood” (2004-2006), “Entourage” (2004-2011), “Game of Thrones” (2011-presente), “The Pacific” (2010), “The Sopranos” (1999-2007), “The Wire” (2002-2008)... La lista es interminable y todas ellas – al menos en los últimos tiempos- comparten una serie de características (excelentes guiones, grandes actuaciones, portentosas fotografías, originalidad, profesionalidad, reflexión…) que han hecho de la HBO un ídolo al que adorar. Televisión de lustre de la que muchos esperamos que – algún día- alguien de nuestro maltrecho país la tome como ejemplo y se atreva a crear un producto capaz de quebrar el interminable bucle romántico y casposo en el que parecen atrapadas nuestras series. Permítanme una sonora carcajada.

Quimeras a parte, lo que sí es cierto que la HBO ya cuenta con un miembro más en su excelsa familia televisiva. “True Detective” (Nic Pizzolatto, Cary Joji Fukunaga, 2014), recién terminada en su primera temporada, es un buen ejemplo de estudio del enfermizo nivel de fanatismo o idolatría que puede llegar a alcanzar la gente. No digo ninguna locura si afirmo que – hace un par de meses- aún sin haberse siquiera estrenado un capítulo, ya había voces que se atrevían a tachar a “True detective” como la nueva obra maestra (vil etiqueta que muchos se empeñan en utilizar sin ningún tipo de objetividad o raciocinio) de la cadena estadounidense. Es decir, parece ser que por el mero hecho de llevar el sello de la HBO – algo semejante a lo que ha ocurrido últimamente con Pixar (por citar la primera marca que me viene a la mente)- dicho producto es automáticamente exaltado aún sin haberse parado un momento a analizarlo.

Pero lo que hace esta gente no es lo peor, después de todo no hacen sino moverse por ese instinto animal de querer sobresalir por encima de los demás y demostrar lo fantástico y maravillosamente modernos e intelectuales que son. Todos hemos tenido dieciséis años. Lo que es más dramático en este asunto, es cuando abres los periódicos y descubres artículos escritos con este mismo afán de fanatismo y que – además- pretenden sentar cátedra. Los periódicos, que deberían ser un ejemplo a seguir de rigurosidad y objetividad, prefieren – en muchos casos- sobreponer la vulgaridad dialéctica con el último fin de generar polémica y atraer así al mayor número posible de lectores. Hablo de series pero, por desgracia, esto es aplicable a casi todas las secciones.

Para ejemplo un botón. Sin dar nombres, ni referencias para que nadie se de por aludido – si alguien tiene interés podrá encontrar el artículo sin mucho problema-, en un blog de uno de los principales periódicos patrios, alguien – un periodista supongo- en un acto de profundo e inexplicable odio y salpicando todo de bilis, dedicó a “True detective” un artículo insultantemente parcial y ridículo, escrito a partir de juicios personales sin fundamento e ideas estereotipadas. Ninguna formalidad: su único objetivo era la polémica. Sus principales argumentos en contra de “True detective”, es que se trataba de una serie lenta, donde los personajes no evolucionaban y cuyo guión – aseguraba- hacía aguas por todas partes.

A pesar de que las explicaciones que da respecto a cada punto son dolorosamente pobres, habría quien pudiera tomar su opinión como perfectamente válida. El problema – y es aquí donde quedan claras las intenciones del autor- es que este juicio de valor no se hizo respecto a la serie en su conjunto, sino a partir – únicamente- de sus dos primeros capítulos. ¿Cómo se puede asegurar que la historia hace aguas o que los personajes no evolucionan – ambas afirmaciones erróneas- si solo has presenciado la mitad del producto? ¿El que una serie/película sea lenta es acaso un aspecto negativo? Es terrible observar como la innegociable corrección que debería ser base de todo periodismo, está empezando a ser sustituido por formas tan espurias como las practicadas por aquellos que idolatran sin conocimiento. Lo peor, es que estas actitudes lo único que hacen es alimentar esa asquerosa lacra que es el opinar sin saber. 

No voy a ser yo quien califique la primera temporada de “True detective” como una obra maestra, principalmente porque no creo que se pueda evaluar un trabajo de tal magnitud en base a un único visionado. Su verdadera calificación vendrá cuando el exagerado delirio actual empiece a dar paso a calmados análisis que diseccionarán, punto por punto, las bondades y limitaciones de la susodicha serie. Mientras tanto, en base a una primera impresión del conjunto, creo que se puede afirmar que “True detective” – al menos para quien aquí escribe- es una obra que reúne muchas excelencias, si bien, también consta de algunos puntos sobre los que se puede discutir. Vayamos por partes.

True detective” como serie
Como otros muchos antes que yo han apuntado, el total de “True detective” no deja de ser sino una gran película de ocho horas dividida en otras tantas partes. Concebida y escrita por el novelista Nic Pizzolatto, fue a su vez dirigida en exclusiva por el californiano Cary Joji Fukunaga, algo bastante insólito en las series de televisión que –normalmente- suelen contar con varios guionistas y directores. Esta primera temporada – tal como ocurrirá con las posteriores según los planes declarados por la HBO- es de carácter autoconclusiva y parte de la investigación realizada por una peculiar pareja de detectives. Aquí tenemos el primer gran acierto de “True detective”.

Tenemos multitud de ejemplos televisivos de qué es lo que ocurre cuando una serie se desarrolla sin tener previsto un final para la misma. Sin una meta clara, las tramas se multiplican, retuercen y entremezclan entre sí generando, con el paso de las temporadas, un batiburrillo tan complicado – y opuesto a la idea de partida- que nadie es capaz de resolverlo de forma satisfactoria. No creo que sea necesario recordar el esperpento que terminó siendo “Lost” (J.J. Abrams, Damon Lindelof, 2004-2010) – paradigma supremo de esta realidad- bien secundada por una desdibujada “Dexter” (James Manos Junior, 2006- 2013) o el irrisorio sueño de Resines.

En el extremo contrario – y citando una serie actual conocida por doquier- tenemos a la merecidamente aclamada “Breaking bad” (Vince Gilligan, 2008-2013), que prácticamente desde su gestación tenía bien claro qué es lo que quería contar, cómo lo quería contar y el número de capítulos/temporadas que se iban a utilizar para ello. Y siempre, permaneciendo fiel a sí misma. El resultado es sobradamente conocido. “True detective” ha apostado de forma competente por esta eficaz fórmula, creando historias cerradas y bien pautadas. Esto – que recuerdo será una constante de todas las temporadas- permitirá a la serie mantenerse fresca año tras año, ya que personajes, escenarios y tramas cambiarán de manera continuada. ¿Se podrá convertir de esta manera “True detective” en algo parecido a lo que es el “Doctor who” en la BBC?

Chambers, Lovecraft y el horror
True detective” relata la historia de una perturbadora investigación que se extiende a lo largo de diecisiete años. Un descenso a los infiernos espirituales y terrenales de la humanidad, cuyo punto de partida se encuentra en un brutal asesinato con marcados caracteres satánicos. Su escenario es una arcaica Lousiana que parece estancada en el tiempo. Todo se encuentra sumergido bajo un pesado halo de suciedad, degeneración y violencia. La superstición, el pesimismo y los miedos atenazan a unos habitantes consumidos por una violenta y oscura realidad. Amenazantes en la lejanía, unas grises fábricas vigilan omnipresentes un mundo sumido en la degeneración, en donde los pantanos amenazan con tragárselo todo. Carcosa es real y es producto de la ingeniería humana.

Hablar de Carcosa es hablar de la literatura fantástica de terror. El propio Pizzolatto ha confirmado la fuerte influencia que estos relatos han tenido a la hora de desarrollar la asfixiante y confusa atmósfera que envuelve “True detective”. La misteriosa Carcosa de Bierce y Chambers es recreada en pantalla tan confusa y amenazante como las detalladas ruinas de Lovecraft. También son constantes las menciones a un tal ‘Rey Amarillo’ procedente de uno de los libros de Chambers. Ensoñaciones, irrealidades, monstruos… El límite entre lo real y lo sobrenatural es tan difuso que nadie distingue donde empieza y acaba la pesadilla.

True detective” es densa y compleja. La ingente cantidad de datos, referencias y personajes hacen muy recomendable el uso de papel y lápiz para tener claro quién es quién en este rompecabezas policial. No es para nada descabellada la idea de verse de seguidas los ochos capítulos que conforman esta primera temporada, para tener lo más fresca posible toda la información que se maneja. Estamos ante una de esas series que requieren máxima y constante atención por parte del espectador, ya que cualquier despiste puede ser fatal a la hora de seguir y comprender la intrincada trama que se presenta (y aún así son muchas las cosas que se escapan, de ahí la importancia que doy a posteriores revisionados).

McConaughey, rey en Carcosa
Las comedias románticas son historia. Matthew McConaughey se ha enfundado el traje del drama y el mundo aún se frota los ojos ante el sorprendente descubrimiento de un actor inconmensurable. Que el tejano está pasando por el mejor momento de su carrera artística es indiscutible y por ello – y no solo por su papelón en “Dallas Buyers Club” (Jean-Marc Vallée, 2013)- la academia de Hollywood le ha concedido un muy merecido Oscar de Mejor Actor. Sin duda, uno de los mayores aciertos de “True detective” ha sido apostar por este actor para encarnar al detective Rust, el personaje más destacado de toda la serie y cuya caracterización ha resultado antológica.

Rust, apodado como ‘el recaudador’ por el enorme cuaderno que lleva siempre consigo, es un nihilista resignado a una tormentosa existencia. Su personalidad es producto de una vida que no le ha sido propicia y que le ha mostrado siempre la cara más cruel. No se siente capaz de encajar en un mundo cuyo funcionamiento – para disgusto de su compañero Marty- tiende a simplificar en retorcidas divagaciones metafísicas y filosóficas. Solitario, inteligente, observador y racional, el personaje de Rust permanece invariable durante la mayor parte de la serie para solo, en un último instante, alcanzar una extraordinaria redención interna que le reconciliará consigo mismo y con el mundo.

Más visible es la evolución que sufre Marty, interpretado por un Woody Harrelson fantástico aunque eclipsado por McConaughey. Padre de familia, orgulloso y mujeriego es un personaje tan imperfecto como real. Suyo es un largo camino de maduración donde tropezará una y otra vez con las mismas piedras, perdiendo todo aquello que ama pero que es incapaz de apreciar hasta que ya es demasiado tarde. Marty es la rutina, pero le atemoriza la monotonía y simplicidad de esta. Se acuesta con otras mujeres y se miente a sí mismo para evitar los remordimientos y mantener la paz interior. Como ocurre con Rust, el transcurso de la investigación servirá de catarsis para su espíritu y la aceptación de su lugar en el mundo.

Así es. “True detective” es la historia de evolución y camadería de Rust y Marty. Juntos recorrerán una oscura y larga travesía en donde aprenderán a valorar las pequeñas cosas de la vida. El largo epílogo de “True detective” es agridulce – como la vida misma- pero ofrece una brillante esperanza imperceptible en cualquier otro momento de la trama. La luz llegará por primera vez a la siniestra Carcosa y, superado el horror, la vida de ambos personajes quedará sellada – por siempre- por la amistad. Un punto y final anticlimático, opuesto a lo que cabría esperar y que puede no satisfacer a todos. Es la “liberación” – así lo describe Pizzolatto- de dos hombres atormentados que han sobrevivido a una noche sin estrellas.

Conclusiones y futuro
Veo a “True detective” como una serie que, a pesar de su lentitud en el desarrollo (lo que insisto no el algo negativo, más bien todo lo contrario), es capaz de captar la atención del espectador desde prácticamente los primeros minutos y – a partir de ahí- crear un arco de tensión ascendente y constante hasta su particular desenlace. El principal ‘pero’ lo encuentro en lo enrevesada que llega a ser la trama en determinados momentos, problema derivado – así lo entiendo- de la gran cantidad de datos y nombres que se manejan. Pero no debemos olvidar que “True detective” es una serie de personajes en donde la historia no es sino un complemento para su desarrollo. Si algo tiene de excelencia la serie de Pizzolatto, es aquella procedente de Marty y Rust y la profunda metamorfosis que sufren.

¿Y de cara al año que viene? Pues las posibilidades son innumerables porque será prácticamente como empezar de cero. Hasta el momento poca información existe al respecto. Pizzolatto solo ha avanzado que “tratará sobre mujeres duras, hombres malos y la historia oculta del sistema de transporte de Estados Unidos”. Lo que parece seguro que los personajes seguirán primando sobre todo lo demás, lo cual es un gran acierto. Por el momento parece que la HBO estaría dispuesta a tirar la casa por la ventana y – aunque por ahora solo son rumores- parece ser que Brad Pitt podría encarnar a uno de los protagonistas de la segunda temporada. De confirmarse, estaríamos – sin duda- ante uno de los mayores bombazos de la historia de la televisión.