Especial Hayao Miyazaki #7: El Viaje de Chihiro


Habría que esperar cuatro años para que nuestro director a estudio, Hayao Miyazaki, lograra completar y sacar a la luz su siguiente película. Después de la magnífica y espectacular “La Princesa Mononoke” (1997), que batió todos los records de audiencia y se ganó a la siempre difícil crítica, cabía la duda de ver si la nueva obra del japonés podría llegar a la altura de su antecesora. “El Viaje de Chihiro” (2001) llegó en la plenitud creativa de Hayao, consagrado, respetado por la industria y con la capacidad y la libertad de poder hacer cualquier cosa que se le pasara por la mente. Y eso es lo que hizo. De su poderosa imaginación surgió un mundo de magia y fantasía como nunca se había visto en el séptimo arte y donde las más cercanas comparaciones solo eran posibles fijándose en novelas como “Alicia en el país de las Maravillas” de Lewis Carroll o “La Historia Interminable” de Michael Ende.

Superar o no superar a “La Princesa Mononoke” será una cuestión que cada uno deberá resolver por cuenta propia. Si en la anterior película nos sumergíamos en una aventura épica donde el mundo feudal se mezclaba con los espíritus de la naturaleza, con “El Viaje de Chihiro” seremos transportados a un espacio confuso y onírico habitado por extraños monstruos, brujas y sombras errantes; un lugar donde los humanos son raros seres objeto de burla y desprecio. Chihiro, la niña protagonista, llegará a este lugar después de atravesar un misterioso túnel. Después de que sus padres queden convertidos en cerdos, la chica descubrirá que no puede volver atrás. Asustada, recibirá la ayuda de un joven que trabaja en un gran edificio de aguas termales construido para complacer a los dioses. De esta manera, Chihiro deberá luchar por sobrevivir en un mundo hostil, mientras busca la manera de recuperar a sus padres y volver a su realidad.


El Vértigo de Chihiro

Da igual el número de veces que se vea esta película, que no hay vez en la que no desees que los padres de Chihiro no entren en el túnel. Que hagan caso a la miedosa de su hija y se vuelvan al coche para no volver nunca. Que no lleguen jamás a ese restaurante y se trasformen en cerdos por su mala gula. Sensaciones semejantes a ese “pasad de largo” en “Alien” o al “dale los malditos huevos y que se largue” en “Funny Games”. Cientos hay de estos ejemplos y seguro que el lector sabrá bien de lo que hablo.

La torpe y cobarde Chihiro se ha quedado sola en un mundo irreal. Para sobrevivir, deberá dejar atrás la niñez, crecer y afrontar la situación con la frialdad de un adulto. De todos los personajes de Miyazaki, Chihiro es sin duda el que posee el mayor arco de evolución. Basta comparar el vértigo que la niña sufre al inicio del film por bajar unas simples escaleras, a la confianza y decisión con el que termina saltando por encima de estrechas y oxidadas tuberías. O la dubitación de habla y enfrentamiento a la bruja Yubaba en su primer encuentro, frente a la seguridad de las escenas resolutivas. “El Viaje de Chihiro”, más allá de la magia y la fantasía, es la necesidad de crecer como persona, el paso de la infancia a la edad adulta. Aprender a afrontar la vida y a torear los problemas.


Dado que todo es, todo vale

El mundo de “El Viaje de Chihiro” es un mundo que gira entre la magia y el surrealismo. Es una película donde no se puede saber qué va a ocurrir a continuación porque cualquier es posible. Cualquier cosa, cualquier objeto puede desencadenar la mayor de las locuras siendo constante el efecto sorpresa. Miyazaki saca en este largometraje todo su talento e imaginación, para crear un mundo increíble con seres estrafalarios a la par que asombrosos. Si bien en anteriores trabajos ya habíamos podido ver ciertos detalles relacionados con esta desbordante imaginación, en “El Viaje de Chihiro” no serán meros aspectos puntuales: la fantasía y la magia conformará las bases centrales del proyecto, lo que permitirá a Miyazaki sobrepasar las reglas de la racionalidad.


De música, ideas y acuarelas

Al ritmo de la batuta de Joe Hisaishi, al que recordamos como el gran compositor de la banda sonora de las anteriores películas de Hayao, “El Viaje de Chihiro” sigue mostrando una constante evolución en el apartado artístico. A partir de los magníficos resultados de “Mi Vecino Totoro” (1988) y sobre todo de la más reciente “La Princesa Mononoke”, con “Chihiro” se seguirá mejorando y retocando la bella composición de los escenarios. Seguramente, los bosques de la anterior película resulten más impactantes con sus juegos de luces y sombras que los escenarios centrados en los baños termales. Se logran, sin embargo, muy buenos resultados con toda la zona de las calderas y los exteriores del edificio (paredes, escaleras y tuberías). Resaltar también el lujoso despacho de Yubaba, un barroco espacio repleto de detalles y vistosidad que no será sino un anuncio de lo que veremos en “El Castillo Ambulante” (2004).

A modo de mención, según palabras del mismo Miyazaki, “El Viaje de Chihiro” iba a ser una obra de más de tres horas de duración. Este trabajo era inasumible para el estudio y finalmente, a base de realizar recortes, se consiguió disminuir su duración en una hora, existiendo aun así, problemas a la hora de concluir el trabajo dentro de las fechas previstas.


El mundo a los pies de Ghibli

Más allá de la enorme fama que consiguió “La Princesa Mononoke” alrededor de todo el mundo, ha sido “El Viaje de Chihiro” quien ha recibido mayor reconocimiento tanto dentro como fuera de su país. Galardonada con catorce premios, consiguió alzarse en el año 2002 con el Oso de Oro de Berlín y con un bien merecido Oscar a la mejor película de animación, siendo la primera película de anime ganadora de este galardón y la única - desde la instauración de esta estatuilla en el año 2001- creada a partir de animación tradicional. Volvería Ghibli a optar al Oscar tres años después con “El Castillo Ambulante”, si bien esta vez, el galardón fue a parar a otra película, impidiendo así poner un broche de oro de esta triada mágica de Miyazaki.

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