Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Basta con retroceder un siglo al pasado para encontrarnos con un mundo donde Harry Potter era un tipo llamado Méliès y lo más parecido a Crepúsculo era un tal Nosferatu. El planeta Pandora era aún polvo estelar, los habitantes de esa galaxia muy, muy lejana no pasaban de primates y las tres dimensiones eran cosa de físicos y matemáticos. El cine de aquellos primeros tiempos, consistía en largas cintas de celulosa con una capacidad innata para arder y llevarse estudios enteros por delante. Los personajes se movían rápida y sigilosamente por una pantalla plagada de tonos negros, blancos y grises. Era la época del cine mudo, germen del cine actual, que en pocos años pasó de ser una despreciada atracción de feria, a un fenómeno de masas.
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Basta con retroceder un siglo al pasado para encontrarnos con un mundo donde Harry Potter era un tipo llamado Méliès y lo más parecido a Crepúsculo era un tal Nosferatu. El planeta Pandora era aún polvo estelar, los habitantes de esa galaxia muy, muy lejana no pasaban de primates y las tres dimensiones eran cosa de físicos y matemáticos. El cine de aquellos primeros tiempos, consistía en largas cintas de celulosa con una capacidad innata para arder y llevarse estudios enteros por delante. Los personajes se movían rápida y sigilosamente por una pantalla plagada de tonos negros, blancos y grises. Era la época del cine mudo, germen del cine actual, que en pocos años pasó de ser una despreciada atracción de feria, a un fenómeno de masas.
Cambiaron los tiempos y con ello llegaron los avances. Apareció el sonido y años después el color, conformando prácticamente el que es el cine que todos conocemos. El cine mudo, lógicamente, quedó como algo superado y técnicamente mejorado, que pocas veces más se volvería a ver. Así fue hasta que Michel Hazanavicius, en pleno siglo XXI, quiso grabar una película a la vieja usanza. Una película muda como la de los inicios del siglo pasado: una historia clásica y sencilla con la música como único acompañamiento. Un pequeño capricho de un director apenas conocido, que buscaba contar con una película muda en su filmografía tal y como la tenían sus directores fetiche: “Hace siete u ocho años, estuve dándole vueltas a la idea de hacer una película muda, probablemente porque los grandes directores míticos que más admiro proceden del cine mudo”.
Esta arriesgada decisión de retornar a los orígenes en un mundo colapsado por remakes, blockbusters y gafas azulgranas, no tardó mucho en ganarse el favor de la crítica y los festivales del cine. Nueva York, San Sebastián, Washington y Cannes (entre otros) fueron cayendo rendidos a los pies de Hazanavicius. “The Artist” es una película simple y predecible, que no aporta ni va a revolucionar nada, pero que tiene a su favor la capacidad de emanar un aroma a cine clásico que no se veía por las grandes pantallas desde hace decenas de años. Y a los cinéfilos les gusta eso. Les gusta revivir esas sensaciones únicas del cine clásico, donde con historias sencillas y agradables, se logra una ataraxia espiritual que perdura más allá de los títulos de crédito. Esto no tiene cabida en el cine actual donde prima la complejidad y las continuas vueltas de tuerca, en un intento constante de demostrar que todavía es posible sorprender a un espectador sobresaturado. ¿Alguien se imagina en pleno siglo XXI una película sobre un hombre que tiene como amigo un conejo invisible?
“The Artist” es un homenaje al cine, un breve vistazo a lo que fue sin olvidar ni mucho menos el presente. George Valentin (Jean Dujardin) es una optimista estrella del cine mudo que tiene el mundo a sus pies. Con cientos de fans, decenas de películas y ocupando portadas y primeras páginas en la prensa, nada hace presagiar el funesto destino que le espera con la inminente llegada del sonido. De la noche a la mañana, Valentin despertará en un mundo hostil donde todos parecen haberse olvidado de él. Paralelamente, Peppy Millar (Bérénice Bejo), es una joven que a base de buen hacer, ha ido ganando notoriedad como actriz en la industria de Hollywood, alcanzando una gran fama con el nuevo y revolucionario cine sonoro. Los caminos de ambos, que ya se habían encontrado fortuitamente en el pasado, volverán a cruzarse años después en una situación muy diferente a la de entonces.
Escrita en cuatro meses y rodada en la friolera de 35 días, “The Artist” consigue ser una obra equilibrada y entretenida que logra superar la dificultad que conlleva mantener atento al espectador ante una obra muda. Lo logra comenzando con un guiño al buen cinéfilo, con unos créditos iniciales simples pero característicos del cine de antaño: grandes títulos sobre un fondo estático acompañados de una música potente, para posteriormente dar inicio a una historia que se desarrolla con gran agilidad y destreza, con pequeños gags humorísticos y presentando a los protagonistas de una forma rápida y escueta. Valentin y Miller, (acompañados de un bien plantado John Goodman) son personajes agradables, que caen simpáticos y se ganan rápidamente el favor del público. Suyo es sin duda el logro, con su gran puesta en escena, de conseguir que una historia decenas de veces narrada de una u otra manera, mantenga en vilo al espectador, que aunque bien sabe qué va a ocurrir y cómo va a terminar todo, se deja de llevar ante este buen ejercicio de cine.
Pero Hazanavicius no se limita únicamente a realizar una película muda con todos sus componentes característicos. El director francés también deja entreabierta la puerta de la sorpresa con la aparición de varios guiños al sonido (y a su ausencia), que sin duda conforman las partes más interesantes y destacables de “The Artist”. Mentir sería no reconocer la parte del sueño del protagonista como la parte más original de toda la obra, con esa brillante y perturbadora mezcla de sonidos con el silencio propio de la película. Pretende igualmente Hazanavicius sorprender con un final que, como único pero a “The Artist”, chirría un poco con el resto de la obra, no por la idea en sí, que no deja de ser aceptable, sino por el hecho de extenderla demasiado. Habría sido más acertado terminar justo cuando los protagonistas se quedan mirando a cámara y evitar, opinión de quien escribe, los planos siguientes que culminan este trabajo. Haber dejado la idea en el aire y aportar solamente el guiño.
Como sea, es de sabios reconocer que “The Artist” es una película esmerada y simplemente bien hecha. Suena muy fuerte en las apuestas para alzarse en los prestigiosos galardones de los Globos de Oro (candidata a dirección, guión y mejor película de comedia) y los Oscars, si bien tendrá duros competidores como “Criadas y Señoras”, que arrasó en la taquilla americana, o “El Árbol de la Vida”, que ya le ganó la Palma de Oro en Cannes. Mientras, tanto crítica como público ya se han rendido ante la arriesgada obra de Michel Hazanavicius. Ese es su máximo triunfo.
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