“Las Brujas de Zugarramurdi”. El aquelarre que terminó en gatillazo

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Mal que cueste admitirlo, Alex de la Iglesia es un director que lleva viviendo de sus rentas pasadas desde hace ya un buen tiempo. Desde el estreno de la que es –quizás- su mejor obra “La Comunidad” (id. 2000), el bilbaíno ha ido encadenando una serie de cintas cada cual más irregular que la anterior. Salvando la mencionada película y la estupenda “El Día de la Bestia” (id. 1995), el resto de obras de De la Iglesia sufren de graves altibajos, pasando de momentos de verdadera excelencia a otros de absoluta infamia. Extremos que en “Las Brujas de Zugarramurdi” (id. 2013) han quedado acentuados en mayor medida que en cualquiera de sus anteriores películas.

Empieza fuerte “Las Brujas de Zugarramurdi”. Rápida, violenta, surrealista; dispuesta a ofender al espectador carca y a arrancar la carcajada absurda. Un atraco en la Puerta del Sol: corazón de la España vulgar y canalla que Alex filma una y otra vez. Dos parados: Hugo Silva y Mario Casas, blasfemos con sus extravagantes indumentarias y lo suficientemente desesperados como para asaltar una tienda de ‘Compro Oro’. Un inicio mordaz e hilarante – muy a semejanza al de “Balada triste de Trompeta” (id. 2010)- que se vale de los seres y enseres surgidos de un país hundido en la recesión. Una desenfrenada traca bajo la atenta mirada de una canciller alemana que vigila el cotarro desde los títulos de crédito.

Concluida esta vertiginosa introducción, el resto de la película narra la constante huída de los personajes que, intentando alcanzar la frontera francesa, terminan atrapados en una mansión en Zugarramurdi, municipio navarro históricamente conocido por el proceso que la Inquisición Española realizó en el siglo XVII contra varias mujeres acusadas de brujería y a las que condenó a morir en la hoguera. Sin embargo, esta huída se va transformado poco a poco en un sin sentido, donde el aspecto humorístico se disloca en una serie de ridículas escenas que dilapidan todo el potencial que se deja entrever durante los dos primeros tercios de la cinta.

La película se desarrolla de manera atractiva durante todo su inicio y su nudo. Los carismáticos personajes que van apareciendo son capaces de sostener con su buen hacer una trama ascendente en tensión y buen humor. Llegados los protagonistas a la mansión de Zugarramurdi, la historia se va complicando y dirigiéndose hacia una resolución previsiblemente rocambolesca. Sin embargo, llegados a este momento, la película se precipita en caída libre hacia la mayor de las mediocridades, quedando el público a la espera de un inexistente giro final capaz de devolver a “Las Brujas de Zugarramurdi” a la efectiva senda con la empezó.

Desastrosa la conclusión la que Alex de la Iglesia presenta. Personajes básicos como Carmen Maura, Hugo Silva o Carolina Bang quedan desdibujados hasta el ridículo a raíz de unos bochornosos diálogos. El monólogo inicial del aquelarre o las pláticas sentimentales entre Silva y Bang, son varios de los momentos en donde el director pretende generar unas determinadas situaciones satíricas que, sin embargo – lejos de su intención- terminan siendo escenas escandalosamente burdas y de absoluta vergüenza. El esperpento en el que se ven envueltos estos personajes centrales se contagia rápidamente al desarrollo de la historia, de tal manera que el golpe de efecto final queda reducido – a pesar de su divertida intención- a un patético elemento más de una inexplicable y muy deficiente conclusión.

Autoinmolada la historia, lo único salvable – insisto- de “Las Brujas de Zugarramurdi” son sus personajes. Una vez más, De la Iglesia vuelve a rodearse de amigos como Enrique Villén, Carolina Bang, Carlos Areces, Santiago Segura o Carmen Maura, actores muchos de ellos recurrentes en muchas de sus anteriores películas. Al frente del reparto se encuentran Hugo Silva y Mario Casas, dos de los ‘sex-symbol’ masculinos del momento por los que suspiran centenares de adolescentes españolas. Dos guaperas que aunque como actores dejan bastante que desear, cumplen sobradamente con su papel en esta película (gracia semejante a la que ya consiguiera De la Iglesia con José Mota en su anterior obra “La Chispa de la Vida” (id. 2011)). De los dos, hay que resaltar el trabajo de Mario Casas, limitado actor con serios problemas de dicción. Defecto este último que De la Iglesia transforma en virtud otorgándole para ello un papel de joven descerebrado con el que logra cumplir notablemente con su labor de coprotagonista.

Mientras el guión aguanta, son encomiables los trabajos de Terele Pávez y Carmen Maura, impecables brujas que se ganan rápidamente al público con su humorístico carácter. Destacado es también el papel de Jaime Ordoñez, un cobarde taxista que, en un nefasto arrebato de valentía, pasará a ser parte del dúo en fuga. Como secundarios de gala, “Las Brujas de Zugarramurdi” cuenta con dos parejas cómicas: la de los comisarios formada por Pepón Nieto y Secun de la Rosa; y la de Carlos Areces y Santiago Segura, que ejercen de brujas travestidas como si de un ‘sketch’ de “Muchachada Nui” se tratara.

Magnífica labor actoral que, sin embargo, no puede salvar de la quema a una película que queda condenada por un nefasto tercio final que hace un daño impensable al cine español. Cintas como esta no ayudan a cambiar la extendida idea de mala calidad que mucha gente tiene del cine patrio. Es terrible que un reputado director como Alex de la Iglesia, capaz por su nombre de arrastrar al público al cine, haya sido capaz de dar el visto bueno a un final inconcebiblemente lamentable (es que hay que verlo para creerlo) capaz de invalidar todo el buen hacer con el que se desarrolla la mayor parte del metraje. Arriesgados éxitos pasados han permitido a este director permitirse el lujo de hacer lo que le venga en gana cinematográficamente hablando, pero este libre albedrío no debería ser excusa para descuidar unos guiones que – y no es la primera vez- dejan bastante que desear.

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