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"El Ilusionista": El más bello homenaje

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Habrían de pasar más de siete años desde el lanzamiento de “Las trillizas de Belleville” (2003) para que Sylvain Chomet lograra dar a luz a la que sería su segunda película de animación. “El Ilusionista” (2010) es el resultado de una época convulsa para el animador francés que se vio en serias dificultades para sacar adelante sus proyectos. Los problemas empezaron poco después del lanzamiento de “Belleville”, cuando Chomet tuvo que hacer frente a una acusación de plagio. El que hasta ahora había sido su más cercano colaborador, Nicolas de Crécy, le achacó que muchos de los elementos de la película habían sido copiados de su cómic “Le Bibendum Céleste” (1994) publicado nueve años antes. La relación entre ambos dibujantes se rompió sin que el tema se resolviera.

Pero la carrera de Chomet no paró y aprovechando el éxito alcanzado gracias a “Las trillizas de Belleville”, fundó su propio estudio: Django Films. El taller, situado en Edimburgo, nació con la pretensión de convertirse – a corto plazo- en un referente en el mundo de la animación europea. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados y poco tiempo después se vio obligado cerrar. Varios problemas de financiación y producción llevaron al traste varias de las películas previstas y el propio “El Ilusionista” – cuyo estreno se estimaba para 2007- experimentó serias dificultades para salir adelante (la ayuda económica de los Estudios Pathé sería fundamental para su conclusión). Finalmente, tras una interminable espera, el segundo trabajo de Chomet fue estrenado en 2010 en el Festival de Cine de Berlín.

El Ilusionista” narra la historia de un viejo artista (Tatischeff) que viaja de ciudad en ciudad intentando ganarse la vida con un vetusto espectáculo de magia. Es el vivo recuerdo de una serie de personajes extraordinarios (magos, malabaristas y ventrílocuos) que el tiempo y la modernización de la sociedad han condenado al olvido y a la miseria. El mundo ha cambiado y solo los borrachos, los nostálgicos y los ingenuos parecen mostrar algo de interés. Tras una actuación en Escocia, el mago empezará a ser acompañado por una joven muchacha (Alice) que, fascinada por los trucos de este, empezará a creer inocentemente que la magia puede hacer realidad todos sus deseos.

Entre Tatischeff y Alice se creará una relación paternofilial que, aunque deseada, terminará siendo perjudicial para ambos. Podemos ver como en varios momentos de la película, el mago mira con tristeza una vieja foto en la que – suponemos- está retratada su hija pequeña. Tatischeff se recrimina el no poder estar junto a su vástago y Alice se convierte en una especie de vía de escape para su culpabilidad. Pero no solo eso, sino que además, tras mucho tiempo, volverá a experimentar la satisfacción de poder fascinar a alguien con sus trucos de magia. De esta manera, Alice vivirá así en un irreal mundo color de rosa que no es sino una ilusión. Mas la magia se romperá. El poderoso final de “El Ilusionista” significará el fin de la infancia de Alice y la resignación de Tatischeff que, a pesar de sus anhelos, deberá aceptar su realidad tal y como es.

Pero lo que no es ni magia ni ilusión, es el hecho de que “El Ilusionista” es uno de los más extraordinarios homenajes que se han rendido nunca a una figura del cine. Su historia se remonta a finales de los años cincuenta cuando nació de la mente de uno de los más célebres cómicos del séptimo arte: Jacques Tati. Un inoportuno accidente hizo imposible la grabación del guión y no fue hasta cinco décadas más tarde cuando pudo hacerse realidad gracias a la inspiración de uno de los más fervorosos seguidores del actor y director galo. El lápiz de Chomet fue capaz de traer de vuelta a Tati a la gran pantalla y con él al torpe Señor Hulot. La forma, los gestos y las maneras de este personaje fueron literalmente calcados – así lo ha asegurado el propio Chomet en varias entrevistas- para que el mago Tatischeff fuera lo más parecido posible a su alter ego de carne y hueso.

Con “El Ilusionista” – como ya ocurriera con su antecesora “Las trillizas de Belleville” y muy a semejanza de “Las vacaciones del Señor Hulot” (Jacques Tati, 1953)- se vuelve a apostar por una obra carente de diálogos, en donde la gestualidad y los sonidos ambientales se bastan para transmitir todo tipo de sensaciones al espectador. Junto a ello, un pausado acompañamiento musical y unos bellísimos y cálidos escenarios dan como resultado un delicado conjunto que se aleja del histrionismo que caracterizaba a “Belleville” y que – a cambio- da lugar a una sosegada historia suavemente arropada por la melancolía.

Al igual que “Las trillizas de Belleville”, la segunda obra de Chomet obtuvo un caluroso recibimiento por parte del público y la crítica. Las nominaciones volvieron a acumularse, destacando a una academia de Hollywood que – una vez más- tuvo el detalle de nominar al artista francés al Oscar a la mejor película de animación, un galardón que ese año fue a parar – de forma muy merecida- a manos de una maravillosa “Toy Story 3” (Lee Unkrich, 2010). Los triunfos más destacados para “El Ilusionista” vinieron – como es lógico- de varios festivales europeos como los Premios César de Francia o los Premios del Cine Europeo.

Triste y emotiva, Sylvain Chomet consigue con “El Ilusionista” una obra rebosante de talento y excelencia. No creo que sea justo compararla con su también sobresaliente antecesora, pues ambas son obras que no tienen nada que ver la una con la otra, ni en sus formas, ni en el planteamiento de las historias. Respecto al futuro del artista francés poco se sabe. Es posible que pronto tengamos noticias de su presunta próxima obra “Swing Popa Swing”, de la que apenas tenemos constancia de una imagen y de que se tratará de una precuela de “Las trillizas de Belleville”. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero estoy seguro que con Chomet podremos hacer una honrosa excepción.

“Las trillizas de Belleville”: La gran animación

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Resulta indiscutible que Sylvain Chomet es – a día de hoy- uno de los directores de mayor prestigio y reconocimiento dentro del mundo de la animación. Su reciente participación en uno de los opening de “Los Simpsons” no ha servido sino para confirmarlo y dar un paso más – un paso de gigante- en la difícil tarea de llegar a un gran público más tendente al entretenimiento comercial. Porque lo que hace este francés se llama arte, y ya sabemos que no es sencillo triunfar con el arte en un medio saturado de productos prefabricados y fuegos artificiales. El hito logrado por Chomet reposa en dos aspectos fundamentales: el primero es el haber conseguido imprimir un sello distintivo a su obra, lo que le ha permitido destacar sobre los demás. El segundo punto – y quizás el más importante- es haber logrado captar la atención de una crítica que lo ha colmado de premios y nominaciones de gran prestigio desde los primeros instantes de su carrera.

La obra de Chomet como animador arranca en los años ochenta del siglo pasado, momento en el que empezó a labrarse una buena fama como guionista y dibujante de comics. Pero no será hasta los noventa cuando comience a desarrollar lo que a la larga marcará el punto de partida de su carrera personal. “La anciana y las palomas” (1997) es un mediometraje animado que salió a la luz tras más de seis años de trabajo y que – inesperadamente- recibió un gran espaldarazo internacional. Nominado al Oscar a mejor corto animado y ganador de un BAFTA entre otros muchos premios y menciones, “La anciana y las palomas” se convertirá en un éxito que permitirá a Chomet afrontar el que será su primer largometraje: “Las trillizas de Belleville” (2003).

La película en cuestión narra la historia de cómo una abuela (Madame Souza) emprende un peligroso viaje en busca de su nieto (Champion), un ciclista profesional que ha sido secuestrado por la mafia francesa para utilizarlo en unas singulares apuestas ilegales. Tres son los actos en los que se divide esta trama, claramente delimitados por el Kyrie de Mozart. El primero de ellos se encuentra centrado en la infancia de Champion, un triste niño que ha perdido a sus padres y que gracias a su abuela encontrará una vía de escape en el ciclismo. El segundo bloque nos presenta a un Champion convertido corredor profesional y que será raptado durante su participación en el Tour de Francia. El tercer acto – el más largo e importante- es el que conduce a Madame Souza hasta la gran ciudad de Belleville, lugar donde su nieto se encuentra retenido.

Conocida la historia, es momento de señalar que lo importante de esta no es lo que cuenta, sino el cómo es contada. “Las trillizas de Belleville” ha sido concebida como una obra visual. Superada una sorpresiva introducción – que no es sino un homenaje a los dibujos animados de principios del siglo XX- el espectador se va a encontrar ante un mundo de bellísimos escenarios cargados de detalles y guiños complacientes. Por ellos irán apareciendo variados y pintorescos personajes que se comunicarán mediante gestos, ruidos y sonidos. De esta manera, como ya ocurriera en “La anciana y las palomas” – y tal como volverá a ocurrir en “El Ilusionista” (2010)- el diálogo está reducido a momentos muy puntuales. La imagen es – por sí sola- capaz de transmitir toda la información que el espectador debe conocer y esto – a su vez- permite dar a “Belleville” una personalidad propia.

Pero el sello de Chomet no se reduce solamente a la falta de palabra en sus trabajos. La principal seña de identidad es el carácter extremadamente caricaturesco con que el francés ejecuta a sus personajes. Finísimos ciclistas de piernas hipertrofiadas. Mórbidas mujeres que aplastan a sus insignificantes maridos bajo sus opulentos culos. Horrendos barcos cuyos cascos se estiran hasta los cielos. Todo en “Belleville” resulta hilarantemente grosero, ridículo y exagerado. Y fuertemente ligada a esta comedia, está la crítica social. La monstruosa megalópolis de Belleville – una especie de Nueva York satirizada- se presenta como el paradigma de una sociedad consumista que se ha olvidado sus raíces. Alimentados por comida basura, grotescos monigotes arrastran sus obesos cuerpos entre exorbitantes rascacielos a cuyos pies, sin embargo, se encuentra la miseria y los restos de un pasado glorioso.

La desbordante imaginación, genialidad y originalidad de “Las trillizas de Belleville” fueron hechos suficientes para aupar a Chomet hacia la fama, siendo reconocida su obra con dos nominaciones a los premios Oscar: mejor película de animación (que finalmente acabaría ganado “Buscando a Nemo” (Andrew Stanton, Lee Unkrich, 2003)) y mejor canción original por “Belleville Rendez-vous” cuya letra fue escrita por el propio director francés. Crítica y público quedaron rendidos ante una rareza francesa que llegaría a amasar la nada desdeñable cifra de catorce millones de dólares en taquilla, de los cuales la mitad vinieron de los Estados Unidos. Un buen ejemplo para ver lo importantes que son los premios para este tipo de trabajos.

Es muy posible que muchos puedan considerar “Las trillizas de Belleville” como una de las mejores películas animadas – si no la mejor- de la pasada década. A otros – al contrario- les espantará por su marcada extravagancia. Supongo que dependerá de la personalidad de cada uno el llegar – o no- a apreciar un trabajo que – vuelvo a insistir en la idea- debe ser considerado como una obra artística y no como una cinta convencional de entretenimiento. Hay que saber apreciar el esperpento; los rocambolescos personajes que pueblan la pantalla; los sueños buñuelescos del perro de Champion… detalles que en su conjunto ofrecen una cinta única y extraordinaria fruto de la pasión de un virtuoso hombre llamado Sylvain Chomet.

“Dallas Buyers Club”: El rodeo de McConaughey

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Es bastante probable que gran parte del público nunca hubiera sabido de “Dallas Buyers Club” (Jean-Marc Vallée, 2013) sin el destacado triunfo que esta consiguió en la pasada gala de los Oscar. Sin efectismos, sin un gran presupuesto y con una historia aparentemente sin mucho atractivo, la mejor publicidad – y casi única- que ha podido tener la película de Vallée de cara al exterior, no ha sido otra que la de los premios. Frente a la actual saturación de trabajos que sufre el mundo del cine, alzarse con un galardón de prestigio significa no solo destacar sobre las demás cintas, sino conseguir llamar la atención de ese espectador ansioso de salirse del camino que marcan las productoras hacia sus multimillonarios blockbusters.

Lo que ese espectador se va a encontrar en “Dallas Buyers Club” es una amable historia de superación y redención. Son los años ochenta en la América más profunda. Ron Woodroof (Matthew McConaughey) es un drogadicto y mujeriego que, tras un incidente, descubre estar enfermo de SIDA con una esperanza de vida de apenas treinta días. El duro varapalo recibido y el instantáneo rechazo que sufrirá por parte de una sociedad inculta – su sociedad- transformarán la vida de un Ron que, desesperado por sobrevivir, comenzará a medicarse con AZT, un medicamento de dudosa eficacia pero que resulta ser altamente rentable para los hospitales.

Con esto claro, no hay que ser un genio para entender que la principal pretensión de “Dallas Buyers Club” es la de realizar una crítica al deficiente sistema sanitario que sufren los Estados Unidos, donde la legalidad o ilegalidad de unos u otros medicamentos viene dada por presiones de las grandes compañías farmacéuticas, que pretenden monopolizar el mercado con sus productos exclusivos. Ron no tardará en descubrir que el AZT no solo es ineficaz, sino que además provoca graves daños a quien la toma. De la misma manera, el mercado negro le permitirá acceder a una serie de productos que, paradójicamente, serán los que le permitan esquivar a la muerte. La reflexión que ofrece “Dallas Buyers Club” es directa y sencilla, invitando al espectador a darse cuenta de que muchas veces, las leyes impuestas no están hechas para el beneficio del miserable, sino para satisfacer la codicia de unos pocos poderosos.

Teniendo en cuenta la seriedad de los temas que toca “Dallas Buyers Club”, se hecha en falta un poquito más de ‘mala leche’ en la historia. Al contrario, para evitar levantar ampollas, se ha preferido apostar por una narración desenfadada y – en general- bastante optimista. Los momentos de mayor drama se pueden encontrar en los primeros quince-veinte minutos cuando a Ron le diagnostican la enfermedad, pero el resto de la película no deja de ser una correcta y respetuosa entretenedera bastante plácida de ver. Un producto tan notable como convencional, que si no llega a ser por sus personajes – la principal virtud de “Dallas Buyers Club” y fuente de su éxito- habría pasado completamente desapercibida.

Dos actores. El primero es el actualmente en boca de todos Matthew McConaughey, cuya carrera ha dado un vuelco de ciento ochenta grados en un abrir y cerrar de ojos. La caracterización que hace de Ron no puede ser más sobresaliente, haciendo brillantemente real el drama de la enfermedad y la particular catarsis que sufre el protagonista. McConaughey perdió veinte kilos para dar mayor credibilidad a un personaje que es el pilar maestro de “Dallas Buyers Club” y cuya evolución es – de lejos- lo más interesante que el espectador se va a encontrar. Merecido es sin duda, su triunfo en los Oscar con el premio de Mejor Actor, un reconocimiento a dos años de ensueño que – para quien aquí escribe- empezaron con la muy recomendable “Mud” (Jeff Nichols, 2012) y que han alcanzado su punto álgido con un antológico trabajo en la serie “True Detective” (Nic Pizzolatto, Cary Joji Fukunaga, 2014), sin duda, su mejor actuación hasta la fecha.

El otro actor es Jared Leto, que ha ido recogiendo tantos premios como los alzados por McConaughey. Aunque quizás alguno lo conozca más por su faceta como cantante del grupo “30 seconds to Mars”, la carrera cinematográfica de Leto cuenta con trabajos bastantes destacados y papeles protagonistas como los de “Réquiem por un sueño” (Darren Aronofsky, 2000) o la más reciente “Las vidas posibles de Mr. Nobody” (Jaco Van Dormael, 2009). En “Dallas Buyers Club” Leto encarna a Rayon, un carismático transexual que trabará una fuerte amistad con Ron. El Oscar a Mejor Actor Secundario es producto de un trabajo hecho con desparpajo y naturalidad. Un personaje de los que el público se enamora.

Dallas Buyers Club” es Leto y McConaughey. La trama podrá gustar más o menos, mas no es por ella por lo que se va a recordar a esta película, sino por la muy destacada actuación de pareja de protagonistas. Un poco más de rabia en el guión – insisto- y habríamos tenido la película del año. Lástima.

“La gran belleza”: Apariencia. Decadencia

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Se cumplieron los pronósticos. La estatuilla de ‘mejor película de habla no inglesa’ fue a parar a manos de Paolo Sorrentino que, dieciséis años después del triunfo de “La vida es Bella” (Roberto Benigni, 1997), ha vuelto a situar a Italia en el mapa con su obra “La gran belleza” (2013). Parecía poco probable – y así fue- que cualquier otra película pudiera discutirle el Oscar al director napolitano, más teniendo que cuenta de que su principal rival “La vida de Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013) – Palma de Oro del Festival de Cannes- no se encontraba entre las nominadas debido al tardío estreno que tuvo en Francia (solo podían entrar en competición aquellas películas estrenadas antes del uno de Octubre). La cinta de Kechiche tendrá la oportunidad de participar el año que viene si así lo estima conveniente la academia francesa. Mientras tanto, los honores son para Sorrentino.

El telón se levanta y la escena es para la ciudad eterna. Roma. Gloria de la antigüedad, centro del mundo conocido y lugar donde todos los caminos confluyen. Vetusta capital de un desaparecido imperio cuyos ecos de gloria aún resuenan en el presente. Ahí está su Coliseo, sus emperadores y sus dioses. Petrificados a la par que imponentes. Magníficos a la par que ilusorios. Son los vestigios de una ciudad que antaño fue dueña del mundo y que se resiste a aceptar su decadencia. “La gran belleza” es el relato de que toda vida pasada fue mejor. Y que mejor escenario que Roma para tratar este asunto.

Decadencia. Jep Gambardella (Toni Servillo) es un viejo escritor perteneciente a una aristocracia cuya juventud ha sido erosionada por el tiempo. Él no lo sabe (o no quiere saberlo) y niega su triste realidad a través de fiestas repletas de glamour, ruido y excesos. Pero un día, una voz salida de la entrañas de su querida Roma – ¿Acaso el infierno? ¿Acaso el pasado sepultado?- le sentencia a no ser nadie. “Tú no eres nadie”. Y los cimientos de su vida tiemblan por primera vez en seis largas décadas. Mira a su alrededor y no ve nada. Gambardella se encuentra de bruces ante la mayor mentira de todas.

Decía Maquiavelo que no hay mayor don que el de la apariencia. Los turistas observan obnubilados la grandeza que Roma les muestra a través de sus plazas, sus fuentes, sus basílicas y sus monumentos. Magníficas fachadas que no son sino una ilusión de lo que antaño llegaron a ser. Pero Roma es una ciudad orgullosa y sus viejos romanos – como si fueran una extensión de la misma-también lo son. Jamás reconocerán su vacuidad. Prefieren ocultar sus vergüenzas – sus mentiras y fragilidades que dice Gambardella - tras carnavalescas máscaras, mostrándose hermosos e invulnerables, mintiendo y mintiéndose, creyéndose dioses. Todo hueco. Todo falso. Todo mentira. Es patético.

No se salva la iglesia de este elegante descenso a los infiernos que el “La gran belleza”. La centenaria y decrépita Sor Maria “La Santa” aparece arrastrándose pesadamente y asegurando que lucha por los más necesitados. Nadie la hace caso pero todos hablan en su nombre. Enseres que utilizan su santidad aún sin entender el propósito de sus ritos. Obscenos que tergiversan las palabras en su propio beneficio. Todo tiene un opresivo hedor a rancio. Aislada de su alrededor, Sor María masca raíces, porque las raíces – dice- son importantes.

Se cierra el telón y Gambardella sigue deambulando por las calles de Roma mientras afloran melancólicamente dulces recuerdos de juventud. Busca la Gran Belleza, pero no la encuentra. Es el fin de una larga travesía de falsas apariencias. Pesa la vida, se añora aquello que se fue, se tienta a la muerte. Pero todo es un truco. Bla, bla, bla…

“La caza”: El juicio del hombre

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La gente da por sentado que los niños siempre dicen la verdad”. Esta sentencia, formulada por uno de los muchos personajes que pueblan “La caza” (Thomas Vinterberg, 2012), acabará por convertirse en la cruz particular de Lucas (Mads Mikkelsen), un profesor de infantil que se verá envuelto en la peor de las pesadillas tras ser acusado de abusos sexuales. Lucas es inocente, pero en contra suya se encuentran las palabras de una de sus alumnas (Klara); una niña que, enfurruñada con su profesor por una nimiedad, sembrará una grave mentira que crecerá de manera incontrolable hasta acabar con la vida de un buen hombre.

Con fuerte aromas de telefilme, “La caza” del danés Vinterberg – el mismo director que inauguró el movimiento del Dogma 95 con su “Celebración” (1998)- se presenta como una obra compacta que incomoda, no solo por la injusticia que sufre su personaje protagonista, sino por el carácter verosímil de su historia. Es inevitable que el espectador – sabedor de la inocencia del profesor- se compadezca de un hombre acorralado cuya vida se desmorona ante una atroz acusación. Mas este mismo espectador debe darse cuenta que cualquier persona – incluido él mismo- actuaría de la misma manera que cualquiera de los vecinos de Lucas. No hay presunción de inocencia que valga ante tan repugnante delito y la reacción de la comunidad (que va desde la duda hasta la violencia, pasando por el asco y la frialdad) es completamente lógica y comprensible.

Entiendo que el aspecto principal de “La Caza” no es el delito en sí, sino la radical transformación que sufren las personas con respecto a Lucas y su presunto delito. La actitud de conocidos, familiares e íntimos amigos se vuelve hostil y hasta los lazos más fuertes se rompen. Aún sin más pruebas que las palabras de Klara, nadie duda de la culpabilidad de Lucas que, por la misma razón, será incapaz de demostrar su inocencia (¿Por qué habría un niño de mentir sobre algo así?). Conforme el rumor se extiende, va apareciendo una psicosis colectiva que no solo distorsiona la realidad (una realidad que nadie conoce), sino que es capaz de generar una nueva y más violenta que la sospechada en un principio.

Lucas es repudiado. Luchará estoicamente contra algo que lo supera y frente a una comunidad que lo ha condenado de antemano. Van apareciendo pruebas evidentes que demuestran su inocencia, pero el daño es irreparable y nadie volverá a confiar de forma plena en aquel hombre antaño tan respetado. Las escenas finales de “La caza”, nos muestran a un vecindario de nuevo unido (similar a las primeras escenas con las que arranca la película) y con un Lucas reintegrado. Pero es evidente que esta normalidad no es sino una apariencia. Se intenta pasar página, pero la sospecha continúa presente y la tensión sigue siendo palpable.

La caza” tiene como cabeza de cartel a un destacado Mads Mikkelsen, uno de los actores daneses de mayor reputación y actualmente conocido por ser la cabeza de la serie “Hannibal”. El Festival de Cannes le supo premiar por su brillante papel como Lucas, alzándose con el premio de mejor actor en el año 2012. Es posible que esta gran interpretación haya sido vital para que “La caza” forme parte de las cinco cintas nominadas a ‘mejor película de habla no inglesa’ en la cercana gala de los Oscars donde, sin embargo, es bastante probable – al menos teniendo en cuenta el resultado de los Globos de Oro- que el italiano Paolo Sorrentino se lleve el gato al agua con “La gran belleza” (2013), más si tenemos en cuenta el “olvido” que ha tenido la academia con “La vida de Adèle” (Abdellatif Kechiche, 2013).

No me disgusta “La caza” pero tampoco me entusiasma. Me desagrada lo que veo (tanto por la injusticia que vive Lucas, como por la lógica reacción de la gente) y me mantiene en una moderada pero constante tensión. Sin embargo, con el paso de los días y conforme he ido escribiendo este análisis, me he dado cuenta de que la huella que me va a dejar la obra de Vinterberg va a ser escasa. Como otros muchos que han escrito antes que yo –y vuelvo a reincidir en ello- parece que estamos ante lo que se podría calificar como una típica película de sobremesa, pero que se encuentra en un escalón superior tanto por su truculenta historia, como por su notable desarrollo. “La caza” es la furia de un pueblo ante un crimen pueril y, a la vez, la tortura de una persona inocente que es juzgada de antemano. Por lo demás, la película no me dice nada.

“La gran estafa americana”: Buenas intenciones

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Muchos se estarán preguntando si la tercera será la de la vencida para David O. Russell, nominado por tercer trabajo consecutivo al Oscar como ‘mejor director’. Es posible que se encuentre más cerca que nunca de este logro, ya que su última obra “La gran estafa americana” (2013), con diez nominaciones, es una de las grandes favoritas para triunfar el próximo 2 de marzo. Sin embargo, el camino a la gloria (si es que esta llega finalmente) no se antoja fácil, ya que en frente se topará con dos huesos duros de roer: “12 años de esclavitud” (Steve McQueen, 2013) y “Gravity” (Alfonso Cuarón, 2013), cuyo director logró el Globo de Oro de ‘mejor director’ y que puede convertirse en el mayor obstáculo de Russell a la hora de lograr la comentada estatuilla.

Desde luego estamos ante unos premios que se antojan más reñidos que nunca, con un conjunto de películas dispares con grandes virtudes y potentes historias. Mientras McQueen nos fascina con un brutal vistazo a la esclavitud y Cuarón nos agarrota con una historia de supervivencia extrema, Russell nos introduce en un confuso mundo de artimañas y trampas en el que dos timadores buscarán salvar el pellejo urdiendo la mayor estafa de sus vidas. Tres buenas películas que bien merecen el sello de favoritas en unos premios concebidos para la exaltación de sus cachorros. Por lo demás, al carecer de un algo que las inmortalice, el olvido es un valor asegurado de antemano pues, como sabemos, la industria del cine es un constante reciclar y otras aventuras semejantes aparecerán bajo distintos telares. Quizás “Gravity” sea la única que sobreviva por eso de sorprender en el difícil género de la ciencia ficción.

Probablemente muchos no entiendan los elogios que “La gran estafa americana” está recibiendo y, probablemente, a muchos no les gustará. Personalmente veo que es un trabajo que intenta aparentar ser más grande de lo que realmente es. Vayamos por partes. Para empezar es una película a que la cuesta mucho arrancar. Los primeros tres cuartos de hora son un largo flashback que sirve para poner sobre el tablero a los diferentes personajes y la situación en la que se encuentra cada uno. Es una parte imprescindible para entender las formas de actuar y pensar de cada elemento, pero es una explicación que se hace demasiado extensa como para llegar a un punto que se da a conocer nada más empezar la película. Falla aquí porque no es suficientemente solvente en sus formas como para atrapar la atención del espectador, siendo evidente que todo podría haberse presentado de forma más rápida sin que ello supusiera una penalización para los personajes.

Russell intenta enriquecer esta larga introducción con la inclusión de las ‘voces en off’ de sus tres principales protagonistas: Irving, Sydney (ambos estafadores) y Richie (agente del FBI). Sin embargo, lo que debería servir para mostrarnos tres puntos de vista diferentes respecto de un mismo problema (lo que serviría a su vez para caracterizar de forma más concreta a los personajes) no ejerce como tal, limitándose las exposiciones a meras descripciones de los acontecimientos que van sucediéndose en pantalla. Los protagonistas se van a definir por sus acciones sin que las ‘voces en off’ aporten nada a sus identidades. Su uso habría sido comprensible si hubiera quedado reducido de forma exclusiva al personaje de Irving, individuo del que arranca el flashback y con ello la historia. Lo único que provoca la inclusión de los otros dos personajes es confusión, más aún observando que conforme avanza la película, solo la voz de Irving se mantiene en ‘off”.

Así las cosas, no es hasta pasados cincuenta minutos cuando “La gran estafa americana” se pone en funcionamiento y, por ende, interesante. Ahora sí, el espectador va a estar expectante conforme la trama se va haciendo más intrincada y la resolución más imprevisible. La atención se mantiene en vilo ante la evolución y los cambios que los personajes van sufriendo y las repercusiones que estos aspectos tienen en el devenir de la trama. Todo ello va a conducir a un desenlace que, sin embargo, no es todo lo explosivo que se podía esperar. En medio de una controvertida reflexión sobre la ética política, los tres personajes principales son recolocados cada uno en su lugar gracias a un último recurso al que no se hace referencia alguna en ningún momento del metraje. Es un final perfectamente válido, pero deja un cierto regusto amargo el hecho de que sea un elemento sacando de la manga el que resuelva la trama, provocando además que cualquier cábala que se haga durante la película sea en vano.

De todas formas, a pesar de tener una trama tan interesante como endeble, es el trabajo actoral el que permite explicar la situación que “La gran estafa americana” ocupa de cara a la fiesta de los Oscars. Russell cuenta con un grupo de excelentes intérpretes de gran tirón mediático y con los que además –facilitando más si caben las cosas- ha colaborado en anteriores trabajos. Christian Bale (recién retirado Batman) y Amy Adams encabezan el cartel seguidos de unos destacados Bradley Cooper y Jennifer Lawrence (oscarizada con la anterior cinta de Russell “El lado bueno de las cosas” (2012) y con serias posibilidades a conseguir este año un segundo premio). Además, “La gran estafa americana” cuenta un Robert de Niro haciendo de lo que más sabe.

Muy buenas intenciones son las que se ven tras “La gran estafa americana”, cuyo principal lastre se encuentra en la falta de mayor limpieza y sencillez a la hora de contar las cosas. Es evidente que el tema que se trata no es nuevo y que este ha sido mejor llevado en multitud de películas anteriores a la de Russell. Pero a pesar de estos fallos, debo romper una lanza a favor. “La gran estafa americana” me resulta lo suficientemente convincente gracias a un nudo muy bien ejecutado, a un solvente trabajo actoral y – no puedo concluir sin citarlo- a una destacada selección musical maravillosamente utilizada a lo largo de la cinta. Dependerá de las ganas de cada uno por dejarse embaucar lo que determine la mayor o menor valía de esta película.

“12 años de esclavitud”: La gran tragedia humana

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Nueve son las candidaturas que “12 años de esclavitud” (Steve McQueen, 2013) ha conseguido reunir de cara a la próxima gala de los Oscars, convirtiéndose así en una de las grandes favoritas y solo superada en número por sus dos principales rivales “Gravity” (Alfonso Cuarón, 2013) y “La gran estafa americana” (David O. Russell, 2013) con diez nominaciones cada una. A expensas de lo que finalmente ocurra, es de prever que la academia se muestre comprensiblemente salomónica a la hora de repartir los premios más importantes, ensalzando tanto la impecable odisea espacial de Cuarón (mejor director) como la terrible tragedia humana de McQueen (mejor película). A su vez, es bastante probable que Russell quede como el gran perdedor de la noche ya que su obra, a pesar de las buenas intenciones, está varios escalones por debajo de sus dos rivales.

Dolorosa lección histórica es la que “12 años de esclavitud” nos presenta. Estamos ante la adaptación de las memorias del neoyorkino Solomon Northup, un virtuoso violinista negro que será secuestrado y conducido al estado sureño de Nueva Orleans donde será vendido como esclavo. Allí perderá su nombre, su libertad y su humanidad. El color de su piel determinará que sea tratado como un animal por unos hombres hipócritas y violentos que defenderán y -lo que es más aterrador- se creerán poseedores de una superioridad inherente a su blanca tez.

12 años de esclavitud” entra a degüello dejando claro que nos espera una película agria y nada fácil de digerir. La ilusoria calma patente en una brevísima introducción se corta de forma abrupta provocando un choque inesperado en el espectador. Ese corte tajante; la eliminación de cualquier tipo de explicación lineal es básica para crear una rápida identificación con Solomon y comprender la sorpresa que siente cuando, tras despertar de un embriagador sueño, se descubre encadenado en una sucia y oscura ergástula. Una pesada y asfixiante atmósfera se apoderará desde este momento de la película, quedando claro que no hay manera humanamente posible de escapar de la pesadilla que se avecina.

Sin concesiones. “12 años de esclavitud” no se anda con medias tintas a la hora de expresar el calvario que tanto Solomon como sus compañeros deben sufrir. McQueen sabe que si quiere llegar al público debe ser completamente explícito a la hora de mostrar la brutalidad (física y psíquica) con la que son tratados los esclavos. Se puede observar lo bien manejados que están los tiempos en esta cuestión, existiendo amplios espacios de “calma” entre los diversos momentos de violencia, evitando así la sobresaturación del espectador y, por ende, que este pueda llegar a aislarse de lo que está viendo. “12 años de esclavitud” es una película que aprieta mucho y que puede llegar a ahogar y a hacerse insufrible en determinados momentos de extrema brutalidad.

En todo este calvario la esperanza es lo único que le quedará a Solomon como salvavidas. Deseoso de poder recuperar algún día su amputada libertad, aprenderá a sobrevivir en un mundo salvaje, ocultando sus habilidades y mostrándose sumiso e ignorante ante unos amos hostiles e inhumanos. Esa esperanza es lo único que le permitirá salir con vida del infierno al que ha sido sometido y lo ocultará en lo más hondo de su ser, a sabiendas de que si alguien la descubre las repercusiones serán fatales. Pero la esperanza no es algo que abunde en “12 años de esclavitud”. A excepción de Solomon, el resto de esclavos carecen siquiera de la posibilidad de pensar en un mundo diferente al que pertenecen por nacimiento y al que están condenados hasta el último día de su vida. Uno se salvará, pero miles se quedarán atrás. No hay final feliz.

Evidentemente, esta película no sería posible sin el magnífico y estremecedor trabajo de Chiwetel Ejiofor y el de un amplio número de secundarios, entre los que hay que destacar a Lupita Nyogo’o, que interpreta a una joven esclava que será objeto de deseo del dueño de la plantación, un espeluznante Michael Fassbender. Por otro lado, y más de cara a atraer al público, tenemos a Benedict Cumberbatch (el señor Holmes de la serie “Sherlock”) y a un Brad Pitt que aparecerá como un oasis en mitad de un desierto de miseria.

Película muy equilibrada y solvente en sus formas, que cala en el alma y consigue su objetivo de concienciar al espectador ante una barbarie milenaria que aún hoy tiene cabida en el mundo. “12 años de esclavitud” es un vistazo terriblemente real de las calamidades que el ser humano puede llegar a infringir contra sí mismo. Dolorosa lección de historia de obligado visionado.

“Un asunto real”: La reiteración de la historia

Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Hay que reconocer que el incontestable triunfo que la película “Amor” (Michael Haneke, 2012) consiguió en el prestigioso Festival de Cannes, en los Premios del Cine Europeo y posteriormente en la gala de los Oscars (por citar algunas de las ceremonias más conocidas entre el público), hizo que otras muchas cintas europeas quedaran eclipsadas ante el poderoso y desgarrador relato del director austriaco. De esta manera, y nominada junto a la que finalmente sería ganadora del Oscar a ‘mejor película en lengua no inglesa’, podemos encontrar un trabajo de origen danés: “Un asunto real” (Nikolag Arcel, 2012), un drama de época ambientado en la Dinamarca de finales del siglo XVIII.

Un asunto real” es una película de carácter histórico centrada en el reinado de Christian VII de Dinamarca, un rey pelele en manos de un Consejo que lo utiliza a su antojo y en su propio beneficio. Para intentar ayudar al monarca en sus trastornos, el médico Friedrich Struensee comenzará a trabajar en la corte ganándose pronto la confianza y amistad de Christian. Sin embargo, esta amistad hará temblar las bases medievales que rigen el reino, ya que Struensee, a través del propio rey, intentará aplicar una serie de ideas progresistas que chocarán con el carácter conservador y despótico de las autoridades que manejan el gobierno.

El recurrir a un hecho histórico determinado para construir una película, es algo que se lleva haciendo prácticamente desde los inicios mismos del cine. De hecho, frente a las reticencias que sienten muchas personas por coger un libro o leer el periódico, el séptimo arte se ha ido convirtiendo en un sensacional medio para el aprendizaje o conocimiento de la historia; si bien es cierto que, buena parte de las veces, hay que coger con pinzas lo que se cuenta en estas películas, debido a la gran cantidad de licencias que se toman muchos guionistas a la hora de desarrollarlas.

Durante su más de un siglo de existencia, han sido multitud los hechos históricos que, con mayor o menor fidelidad, han sido trasladados al cine. Pero el cine histórico no es solo un algo que trata acontecimientos de décadas o siglos lejanos, sino que también es un cine que trabaja sobre la más rabiosa actualidad (esa que está continuamente presente en noticiarios y portadas día tras día). Tenemos, por ejemplo, el recientemente estrenado “El Quinto Poder” (Bill Condon, 2013) centrado en Julian Assange (creador de Wikileaks); “La Noche más oscura” (Kathryn Bigelow, 2012) que versa sobre la muerte de Osama Bin Laden; o (con vistas al futuro) el biopic de Lance Armstrong que se encargará de rodar el británico Stephen Frears.

Evidentemente, vista la sinopsis, “Un asunto real” no es una película basada en un suceso actual, pero cualquiera que la visione, no podrá evitar relacionar la situación de entonces y con la que se vive ahora. Entre otras muchas cosas, la cinta de Arcel es una crítica al despotismo de ciertas clases dirigentes, que priman más sus asuntos que los de aquellos a los que gobiernan. Es una crítica igualmente a la demagogia y al inmovilismo político, elementos que se presentan a través de los miembros del Consejo Real, que se reparten el pastel negándoselo al pueblo; que se oponen a desarrollar políticas progresistas para el desarrollo de la sociedad; y que cuando pierden el poder, utilizan todos los medios posibles (incluidos aquellos que negaban o censuraban) para conseguir retornar a su puesto. ¿Les suena?

Junto a esta trama política se desarrolla a la vez un peligroso romance entre Struensee (Mads Mikkelsen) y la reina Carolina (Alicia Vikander), que hastiada de su esperpéntico marido, se dejará querer seducida por los encantos y las ideas revolucionarias del médico. Un amor prohibido en cuyo centro encontramos al bueno de Christian (Mikkel Boe Følsgaard), un rey de trapo, cornudo y manipulado por unos y por otros. Un niño caprichoso prisionero en el cuerpo de la persona más poderosa de Dinamarca, pero que es incapaz de asumir su responsabilidad. Es muy de resaltar la soberbia interpretación que Følsgaard hace (papel que le valdría el Oso de Plata a mejor actor en el Festival de Berlín) generando un personaje hacia el que se puede sentir repugnancia, lástima y cariño al mismo tiempo.

Podemos entender “Un asunto real” como una historia en la que se pueden diferenciar tres grandes elementos: la trama del rey Chritian VII; la relación amorosa; y las intrigas políticas. Todas ellas están desarrolladas de manera compensada, evitando primar una sobre otra, pero entremezclándolas de manera perfecta a lo largo de una trama pausada pero solvente. Además, como buena película de época, la fotografía de los escenarios y el vestuario de los personajes destacan por su esmerado cuidado, ofreciendo buenos contrastes entre las luminosas e impolutas zonas reales y la suciedad y oscuridad del pueblo.

Así pues, el resultado de la suma de unos personajes bien perfilados e interpretados; una trama de ascendente interés; y una pulcra puesta en escena, da lugar a un notable conjunto, que a pesar de extenderse más allá de las dos horas, carece de altibajos o momentos de pesadumbre. Una lección de historia que sirve para confirmar que, pasados seis mil años, el mundo sigue igual.

Especial Hayao Miyazaki #7: El Viaje de Chihiro


Habría que esperar cuatro años para que nuestro director a estudio, Hayao Miyazaki, lograra completar y sacar a la luz su siguiente película. Después de la magnífica y espectacular “La Princesa Mononoke” (1997), que batió todos los records de audiencia y se ganó a la siempre difícil crítica, cabía la duda de ver si la nueva obra del japonés podría llegar a la altura de su antecesora. “El Viaje de Chihiro” (2001) llegó en la plenitud creativa de Hayao, consagrado, respetado por la industria y con la capacidad y la libertad de poder hacer cualquier cosa que se le pasara por la mente. Y eso es lo que hizo. De su poderosa imaginación surgió un mundo de magia y fantasía como nunca se había visto en el séptimo arte y donde las más cercanas comparaciones solo eran posibles fijándose en novelas como “Alicia en el país de las Maravillas” de Lewis Carroll o “La Historia Interminable” de Michael Ende.

Superar o no superar a “La Princesa Mononoke” será una cuestión que cada uno deberá resolver por cuenta propia. Si en la anterior película nos sumergíamos en una aventura épica donde el mundo feudal se mezclaba con los espíritus de la naturaleza, con “El Viaje de Chihiro” seremos transportados a un espacio confuso y onírico habitado por extraños monstruos, brujas y sombras errantes; un lugar donde los humanos son raros seres objeto de burla y desprecio. Chihiro, la niña protagonista, llegará a este lugar después de atravesar un misterioso túnel. Después de que sus padres queden convertidos en cerdos, la chica descubrirá que no puede volver atrás. Asustada, recibirá la ayuda de un joven que trabaja en un gran edificio de aguas termales construido para complacer a los dioses. De esta manera, Chihiro deberá luchar por sobrevivir en un mundo hostil, mientras busca la manera de recuperar a sus padres y volver a su realidad.


El Vértigo de Chihiro

Da igual el número de veces que se vea esta película, que no hay vez en la que no desees que los padres de Chihiro no entren en el túnel. Que hagan caso a la miedosa de su hija y se vuelvan al coche para no volver nunca. Que no lleguen jamás a ese restaurante y se trasformen en cerdos por su mala gula. Sensaciones semejantes a ese “pasad de largo” en “Alien” o al “dale los malditos huevos y que se largue” en “Funny Games”. Cientos hay de estos ejemplos y seguro que el lector sabrá bien de lo que hablo.

La torpe y cobarde Chihiro se ha quedado sola en un mundo irreal. Para sobrevivir, deberá dejar atrás la niñez, crecer y afrontar la situación con la frialdad de un adulto. De todos los personajes de Miyazaki, Chihiro es sin duda el que posee el mayor arco de evolución. Basta comparar el vértigo que la niña sufre al inicio del film por bajar unas simples escaleras, a la confianza y decisión con el que termina saltando por encima de estrechas y oxidadas tuberías. O la dubitación de habla y enfrentamiento a la bruja Yubaba en su primer encuentro, frente a la seguridad de las escenas resolutivas. “El Viaje de Chihiro”, más allá de la magia y la fantasía, es la necesidad de crecer como persona, el paso de la infancia a la edad adulta. Aprender a afrontar la vida y a torear los problemas.


Dado que todo es, todo vale

El mundo de “El Viaje de Chihiro” es un mundo que gira entre la magia y el surrealismo. Es una película donde no se puede saber qué va a ocurrir a continuación porque cualquier es posible. Cualquier cosa, cualquier objeto puede desencadenar la mayor de las locuras siendo constante el efecto sorpresa. Miyazaki saca en este largometraje todo su talento e imaginación, para crear un mundo increíble con seres estrafalarios a la par que asombrosos. Si bien en anteriores trabajos ya habíamos podido ver ciertos detalles relacionados con esta desbordante imaginación, en “El Viaje de Chihiro” no serán meros aspectos puntuales: la fantasía y la magia conformará las bases centrales del proyecto, lo que permitirá a Miyazaki sobrepasar las reglas de la racionalidad.


De música, ideas y acuarelas

Al ritmo de la batuta de Joe Hisaishi, al que recordamos como el gran compositor de la banda sonora de las anteriores películas de Hayao, “El Viaje de Chihiro” sigue mostrando una constante evolución en el apartado artístico. A partir de los magníficos resultados de “Mi Vecino Totoro” (1988) y sobre todo de la más reciente “La Princesa Mononoke”, con “Chihiro” se seguirá mejorando y retocando la bella composición de los escenarios. Seguramente, los bosques de la anterior película resulten más impactantes con sus juegos de luces y sombras que los escenarios centrados en los baños termales. Se logran, sin embargo, muy buenos resultados con toda la zona de las calderas y los exteriores del edificio (paredes, escaleras y tuberías). Resaltar también el lujoso despacho de Yubaba, un barroco espacio repleto de detalles y vistosidad que no será sino un anuncio de lo que veremos en “El Castillo Ambulante” (2004).

A modo de mención, según palabras del mismo Miyazaki, “El Viaje de Chihiro” iba a ser una obra de más de tres horas de duración. Este trabajo era inasumible para el estudio y finalmente, a base de realizar recortes, se consiguió disminuir su duración en una hora, existiendo aun así, problemas a la hora de concluir el trabajo dentro de las fechas previstas.


El mundo a los pies de Ghibli

Más allá de la enorme fama que consiguió “La Princesa Mononoke” alrededor de todo el mundo, ha sido “El Viaje de Chihiro” quien ha recibido mayor reconocimiento tanto dentro como fuera de su país. Galardonada con catorce premios, consiguió alzarse en el año 2002 con el Oso de Oro de Berlín y con un bien merecido Oscar a la mejor película de animación, siendo la primera película de anime ganadora de este galardón y la única - desde la instauración de esta estatuilla en el año 2001- creada a partir de animación tradicional. Volvería Ghibli a optar al Oscar tres años después con “El Castillo Ambulante”, si bien esta vez, el galardón fue a parar a otra película, impidiendo así poner un broche de oro de esta triada mágica de Miyazaki.