Crítica originalmente publicada en Hello Friki. VER
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Habrían de pasar más de siete años desde el lanzamiento de “Las trillizas de Belleville” (2003) para que Sylvain Chomet lograra dar a luz a la que sería su segunda película de animación. “El Ilusionista” (2010) es el resultado de una época convulsa para el animador francés que se vio en serias dificultades para sacar adelante sus proyectos. Los problemas empezaron poco después del lanzamiento de “Belleville”, cuando Chomet tuvo que hacer frente a una acusación de plagio. El que hasta ahora había sido su más cercano colaborador, Nicolas de Crécy, le achacó que muchos de los elementos de la película habían sido copiados de su cómic “Le Bibendum Céleste” (1994) publicado nueve años antes. La relación entre ambos dibujantes se rompió sin que el tema se resolviera.
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Habrían de pasar más de siete años desde el lanzamiento de “Las trillizas de Belleville” (2003) para que Sylvain Chomet lograra dar a luz a la que sería su segunda película de animación. “El Ilusionista” (2010) es el resultado de una época convulsa para el animador francés que se vio en serias dificultades para sacar adelante sus proyectos. Los problemas empezaron poco después del lanzamiento de “Belleville”, cuando Chomet tuvo que hacer frente a una acusación de plagio. El que hasta ahora había sido su más cercano colaborador, Nicolas de Crécy, le achacó que muchos de los elementos de la película habían sido copiados de su cómic “Le Bibendum Céleste” (1994) publicado nueve años antes. La relación entre ambos dibujantes se rompió sin que el tema se resolviera.
Pero la carrera de Chomet no paró y aprovechando el éxito alcanzado gracias a “Las trillizas de Belleville”, fundó su propio estudio: Django Films. El taller, situado en Edimburgo, nació con la pretensión de convertirse – a corto plazo- en un referente en el mundo de la animación europea. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados y poco tiempo después se vio obligado cerrar. Varios problemas de financiación y producción llevaron al traste varias de las películas previstas y el propio “El Ilusionista” – cuyo estreno se estimaba para 2007- experimentó serias dificultades para salir adelante (la ayuda económica de los Estudios Pathé sería fundamental para su conclusión). Finalmente, tras una interminable espera, el segundo trabajo de Chomet fue estrenado en 2010 en el Festival de Cine de Berlín.
“El Ilusionista” narra la historia de un viejo artista (Tatischeff) que viaja de ciudad en ciudad intentando ganarse la vida con un vetusto espectáculo de magia. Es el vivo recuerdo de una serie de personajes extraordinarios (magos, malabaristas y ventrílocuos) que el tiempo y la modernización de la sociedad han condenado al olvido y a la miseria. El mundo ha cambiado y solo los borrachos, los nostálgicos y los ingenuos parecen mostrar algo de interés. Tras una actuación en Escocia, el mago empezará a ser acompañado por una joven muchacha (Alice) que, fascinada por los trucos de este, empezará a creer inocentemente que la magia puede hacer realidad todos sus deseos.
Entre Tatischeff y Alice se creará una relación paternofilial que, aunque deseada, terminará siendo perjudicial para ambos. Podemos ver como en varios momentos de la película, el mago mira con tristeza una vieja foto en la que – suponemos- está retratada su hija pequeña. Tatischeff se recrimina el no poder estar junto a su vástago y Alice se convierte en una especie de vía de escape para su culpabilidad. Pero no solo eso, sino que además, tras mucho tiempo, volverá a experimentar la satisfacción de poder fascinar a alguien con sus trucos de magia. De esta manera, Alice vivirá así en un irreal mundo color de rosa que no es sino una ilusión. Mas la magia se romperá. El poderoso final de “El Ilusionista” significará el fin de la infancia de Alice y la resignación de Tatischeff que, a pesar de sus anhelos, deberá aceptar su realidad tal y como es.
Pero lo que no es ni magia ni ilusión, es el hecho de que “El Ilusionista” es uno de los más extraordinarios homenajes que se han rendido nunca a una figura del cine. Su historia se remonta a finales de los años cincuenta cuando nació de la mente de uno de los más célebres cómicos del séptimo arte: Jacques Tati. Un inoportuno accidente hizo imposible la grabación del guión y no fue hasta cinco décadas más tarde cuando pudo hacerse realidad gracias a la inspiración de uno de los más fervorosos seguidores del actor y director galo. El lápiz de Chomet fue capaz de traer de vuelta a Tati a la gran pantalla y con él al torpe Señor Hulot. La forma, los gestos y las maneras de este personaje fueron literalmente calcados – así lo ha asegurado el propio Chomet en varias entrevistas- para que el mago Tatischeff fuera lo más parecido posible a su alter ego de carne y hueso.
Con “El Ilusionista” – como ya ocurriera con su antecesora “Las trillizas de Belleville” y muy a semejanza de “Las vacaciones del Señor Hulot” (Jacques Tati, 1953)- se vuelve a apostar por una obra carente de diálogos, en donde la gestualidad y los sonidos ambientales se bastan para transmitir todo tipo de sensaciones al espectador. Junto a ello, un pausado acompañamiento musical y unos bellísimos y cálidos escenarios dan como resultado un delicado conjunto que se aleja del histrionismo que caracterizaba a “Belleville” y que – a cambio- da lugar a una sosegada historia suavemente arropada por la melancolía.
Al igual que “Las trillizas de Belleville”, la segunda obra de Chomet obtuvo un caluroso recibimiento por parte del público y la crítica. Las nominaciones volvieron a acumularse, destacando a una academia de Hollywood que – una vez más- tuvo el detalle de nominar al artista francés al Oscar a la mejor película de animación, un galardón que ese año fue a parar – de forma muy merecida- a manos de una maravillosa “Toy Story 3” (Lee Unkrich, 2010). Los triunfos más destacados para “El Ilusionista” vinieron – como es lógico- de varios festivales europeos como los Premios César de Francia o los Premios del Cine Europeo.
Triste y emotiva, Sylvain Chomet consigue con “El Ilusionista” una obra rebosante de talento y excelencia. No creo que sea justo compararla con su también sobresaliente antecesora, pues ambas son obras que no tienen nada que ver la una con la otra, ni en sus formas, ni en el planteamiento de las historias. Respecto al futuro del artista francés poco se sabe. Es posible que pronto tengamos noticias de su presunta próxima obra “Swing Popa Swing”, de la que apenas tenemos constancia de una imagen y de que se tratará de una precuela de “Las trillizas de Belleville”. Dicen que segundas partes nunca fueron buenas, pero estoy seguro que con Chomet podremos hacer una honrosa excepción.